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Thursday, November 09, 2006

Emigración no es redota (artículo)

Muchos países latino-americanos, sufren espantosos episodios de
violencia. Catástrofes naturales los azotan. Inimaginables niveles de
explotación de los trabajadores. Sanidad cero, educación al tono.
El Uruguay, exento de la mayor parte de las calamidades mencionadas,
está indudablemente bendecido. Si embargo, su gente se embarca en un
episodio de Redota tras otro.
¿Qué signo ominoso entonces, nos expulsa?
Una Redota no es una emigración. No al menos una emigración típica de
Latinoamérica.
Una Redota es un fenómeno nuestro, uruguayo, nacional.
Una Redota es un viento aciago que nos arrasa la tierra y se nos
lleva a las familias en masa. Nos vacía los pueblos de gente y los
rincones del corazón nos los vacía de hermanos.
Una Redota es un temporal de gente, que lo deja todo y se va.
Se van en familia. Se llevarían hasta el gato y el canario si
pudieran. Se llevan consigo todos los cachos de Uruguay que les caben
en las valijas, y todos los recuerdos que pueden recolectar en el
corazón, se los llevan también y todas las fotos y todas las
canciones y todos los colores de los pájaros, y todos los olores de
tortas fritas lluviosas de nostalgia y todos los sonidos de la feria
y de aquel caracol juntado en las arenas del Polonio.
Una redota es una calamidad del corazón. Un cataclismo del alma, una
inigualable expoliación de las raíces, que se quedan tozudamente acá
en el paisito, como reservando el rinconcito propicio para el
regreso.
Una redota es como un incendio en un pinar del alma, que nadie sabe
con certeza como o quien inicia. Que mucho menos sabemos como apagar.
De otros países se emigra. El padre de familia se va a otra
querencia, que seguramente para él jamás será querencia sino apenas
posada, consigue trabajo de lo que sea, y gira mes a mes dinero a su
familia a costa si es preciso de su propia hambre.
Pero el uruguayo no emigra. Desde los tiempos de Artigas, el uruguayo
se "redotea". Se va con su familia, su perro, sus Penates y sus
Lares, sus hijos y si puede, su nuera, sus nietos y su loro. Se va
con su vida completa como si quisiera seguirla allá como si nada.
Como si quisiera llevarse la vereda y el árbol de la puerta, y el
vecino y el boliche de la esquina y el carnaval más largo y apelable.

Una Redota es el Canario Luna cantando "Brindis por Pierrot" en una
agencia de publicidad de Barcelona, es Kesman voceando goles con su
voz de borracho en un barrio de Québec, es el banderín de Peñarol en
el espejo del amarillo taxi newyorkino.
Una Redota es un viento irreversible, que no tiene regreso ni retorno
ni vuelta. Son hijos que nacerán en otras tierras, condenados para
siempre a ser uruguayos en diáspora, como una flecha tensa entre la
nostalgia paterna y su propio arraigo a la tierra adoptiva.
Un uruguayo en redota, no es un emigrante. O es algo más o algo
menos. Un uruguayo en redota, no tiene, a diferencia del emigrante,
un país al que volver, porque lo más importante del país que dejó
atrás, se lo llevó consigo.
Hoy los uruguayos en redota, tienen un vínculo que las generaciones
anteriores no poseían.
Internet los vincula y los auna, Nos vincula y nos auna. Los de
afuera, los de adentro y hasta los hijos de los de afuera que jamás
conocieron el "adentro" del que provienen sus padres, conforman una
comunidad, seguramente aún algo dispersa, pero con claros signos de
estar intentando integrarse a niveles incocebibles diez años atrás.
El nuevo Uruguay, el Uruguay en estado de redota, sufre de los mismos
estertores que sufrío la patria física en el parto.
No dejemos ni por asomo, que nuestras diferencias nos opongan al
grado de interrumpir la gestación de Uruguay Global que seguramente
se nos viene.

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