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Thursday, November 09, 2006

Como la muerte (cuento)

Como la muerte

Vencido caminaba por la playa.

Se iba de todo, se iba del todo.

El viento se negaba a borrar las huellas que iba olvidando en la arena seca, a la vez que el agua, se detenía algo más acá de las pisadas marcadas sobre la arena húmeda.

Una gaviota increíblemente sola, chillaba a los peces su quejido interminablemente desolado.

El mundo entero parecía haberse detenido para verle pasar.

Los pocos petates que le restaban, aguardaban amontonados detrás de la puerta cancel de su antigua casona en el Buceo.

Un par de cartas prolijamente escritas, aguardaban sobre la mesa del comedor, espatarrada y sola, ojos que leyeran el último porque.

Sobre su espalda enjuta, parecían pesar todos los dolores del mundo, y tal vez eso hacía tan profundas sus huellas en la arena.

Llegó hasta el extremo este de la playa y esperó paciente al amanecer que se anunciaba al tiempo que se iba extinguiendo la luz de las estrellas.

Menos Venus.

¿Brillará así Venus, donde voy? pensó y sacudió la cabeza para espantar el pensamiento.

Se recordó a si mismo niño, adolescente, joven, adulto y siempre igual.
Optimista, convencido de que la gente es más buena que mala y de que todas las cosas a la larga se encaminan.
Entonces su mano derecha palpó brevemente el bolsillo izquierdo de la gabardina, ese en el que guardaba el boleto final, la negación absoluta de toda una vida de optimismo.

Aspiró hondo como si quisiera llevarse consigo todo el aire de la playa.

Entonces salió el sol. Una uñita de sol que aparentaba asomarse apenas a mirar el río inmenso del que Valentín se despedía.

Las nubes, naranjas, rosadas, retocadas aquí y allá con matices de otros colores inverosímiles, a los que jamás había prestado atención, parecieron apartarse del camino del sol para dejarlo resplandecer con toda su magnificencia.

La gaviota picó hacia el mar, se zambulló y volvió al viento con un pez en el pico, mientras el sol terminaba de despertarse del todo de su cuna de agua.
Saludó al sol, cumpliendo un rito milenario que le era hasta hoy desconocido.

Se levantó. Escuchó como sus vértebras protestaban entumecidas.

La decisión estaba tomada y era irrevocable.

Con el pasaje en el bolsillo, volvió a su casa, agarró sus bártulos escasos y llegó al aeropuerto.

Hacia las once de la mañana, en vuelo de Iberia, emprendía el camino del exilio.

Salinas 13 de Julio de 2004.

Germán Queirolo Tarino.

(Garrotegil, gracias por la idea)

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