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Thursday, November 09, 2006

El experimento inverosimil (cuento)

El experimento inverosimil.
 
Una amiga muy querida me preguntó si era cierto que los hombres estábamos incapacitados por la naturaleza para hacer dos cosas a la vez.
La afirmación me pareció feminista e insultante.
Pero en base al cariño que le tengo a mi amiga, resolví que era justo contestar esa pregunta con toda certeza y no aplicarle un simple lugar común como por ejemplo "porque no te vas un poquito a cagar"
Enfrentado a la pregunta, decidí no contestar a la ligera, intenté reflexionar.
Claro, en cuanto me puse a reflexionar, me di cuenta que no podía hacerlo.
Justo me estaba rascando la cabeza. Terminé con ese menester. Ahora si. Consideré que ya podía enfrentar la tarea con un mínimo de atención.
No pude enfrentarla. Tenía la nariz tapada. Un rayo de entendimiento iluminó el negro cielo de mi ignorancia.
Era evidente que no podía encarar dos tareas simultáneamente.
Pero no iba a responder eso. Mi orgullo estaba en juego y el de todos los hombres con él. ¿Cómo podía ser posible que me resultara imposible hacer a la vez dos cosas tan idiotas como reflexionar y rascarme la cabeza?
Eso si, en mi defensa, debo alegar que no tenía práctica alguna.
Debo practicar, afirmé para mi mismo lleno de convicción. Comenzaré con algo sencillo.. Ya sé.
Comer chicle y pensar. Eso debería estar a mi alcance.
Agarré un chicle y me puse a considerar el significado de "cogito ergo sum".
Fue totalmente en vano. En lo único que podía pensar es en que no me gusta la menta.
Salí a la puerta. Escupí el chicle de menta, me fui  hasta el quiosco a conseguir un chicle de algo que no fuera menta.
Al salir de casa me topé con el tipo que distribuye los recibos de la luz. Me dio el mío, ya que estaba. Lo abrí, lo miré y una vez más me sorprendió la magnitud de la suma. ¿Tendría razón mi vecino, el que dice que la UTE modifica la frecuencia de la red con un aparatito portátil para que los contadores anden más rápido? ¿O acaso algún otro vecino me estaría choreando energía sin que me diera cuenta? Quedé preocupado preguntándome de donde cuernos iba a sacar el dinero para garpar todo eso. Hacía dos meses había vendido la cocina para pagar la cuenta. No quise vender la garrafa. Ahora me vería obligado a venderla. Igual, ¿Pa qué la quería si no tenía cocina? ¿Tal vez me pensaba que la garrafa era un recuerdo de familia? Cuando llegué al quiosco, me había olvidado totalmente a qué iba. Compré cigarrillos solo por no hacer un ridículo tan patético delante de la quiosquera que estaba bastante buena. Volví a casa. Al llegar pisé un chicle masticado justo en la puerta. Me mandé una reverenda puteada mientras pensaba: ¿Dónde había visto este chicle antes?, rascándome dubitativo la cabeza. No me contesté. Tenía el cerebro ocupado en rascarme la cabeza.
Recién esa noche me acordé del origen del chicle. Y de la pregunta de mi amiga. Y de mi intento frustrado.
Me escribí una nota destinada a mi mismo y anoté como prioridad básica para mañana adquirir no menos de cincuenta chicles de fruta. Pegué la nota a la heladera con un imán que imitaba pobremente a una zanahoria.
Al otro día me olvidé por completo de leerla. Ese día se me vencía la factura de la luz y tuve que salir a buscar quien me comprara la garrafa. ¿Les comenté que antes había vendido la cocina?
Al día siguiente, tampoco pude leer la nota. Estaba detenido en la 22 ya que un policía necio se empeñó en pedirme la boleta de compra de la garrafa. ¿Quién carajo en este mundo es capaz de guardar la boleta de compra de la garrafa? Allá fuimos el policía, la garrafa y yo rumbo a la comisaría. Yo salí el sábado de noche. La garrafa todavía está arrestada a la espera de los documentos. Igual no la necesitaba.
El Domingo, vi la nota en la heladera. Luego de preguntarme brevemente quien la habría escrito, la miré detenidamente y la letra me resultó familiar. Pero como ya estaba tomando un vaso de leche fría, no logré identificar la procedencia de la nota  y la abandoné sobre la mesa de la cocina sin leerla mientras el centro de mis preocupaciones pasaba a ser el intruso que pegaba notas en la puerta de mi heladera.
La vi a medio día mientras abría dos latas para el almuerzo. Solté las latas, sin permitir que nada me distrajera y corrí al quiosco y compré cincuenta chicles de fruta.
Durante once días intenté pensar y comer chicle. Recién al quinto día  comencé a hilvanar algo parecido a un pensamiento.
Mientras el chicle conservaba algo de sabor a frutas no. El gusto de la fruta no me permitía pensar en otra cosa. Cuando el gusto se diluía a fuerza de masticadas comenzaban a cruzar por mi mente algunos relámpagos de entendimiento. Al sexto día, luego de masticar el chicle durante todo el Show de Don Francisco, un pensamiento límpido como un cielo de verano alcanzó el nivel de mi conciencia.
Claro, pensé asombrado, el experimento estaba desde el principio condenado al fracaso y ya sabía el porqué.  Detesto los chicles. No me gusta ningún chicle. Ni de fruta ni de menta ni de nada. El experimento estaba destinado al fracaso si al esfuerzo de hacer dos cosas a la vez, le añadía la carga extraordinaria de que una de ellas no fuera de mi agrado. ¿Cómo pude ser tan estúpido, Dios mío? ¡Eureka, he visto la luz! No es mi culpa no poder pensar y comer chicle.. es culpa de los malditos chicles. En ese momento se apagó la luz y todavía no se porqué. Cuando me acuerde voy a llamar a la UTE a reclamar. Igual, en el entusiasmo haber comprendido no me importó mucho. Cosas extrañas me han sucedido antes. Por ejemplo, hace unos días se me perdió la garrafa. Recién me di cuenta hoy porque antes se me había perdido la cocina. ¿Habrá sido una abducción?
Opté por emprender un experimento distinto. Nada de chicles esta vez. Algo distinto y agradable. Pero sería mañana.
Ya estaba agotado.
Me dejé por las dudas una breve nota pegada en la heladera: "Cambiar el experimento de las dos cosas a la vez".
Luego de una noche de profundo y merecido descanso, me levanté despejado y desbordante de voluntad. Llegué a la heladera y leí la nota. Esta vez no me dejé distraer por la leche. En ayunas nomás emprendí un nuevo experimento. Demostraría a mi amiga y a través de ella a todas las mujeres del mundo, que un hombre está perfectamente capacitado para hacer dos cosas a la vez.
Haría dos cosas a la vez y no me distraerían los estúpidos pensamientos que tanto me desagradaban.
Agarré la bicicleta, me metí dos chicles de fruta en la boca y salí pedaleando con la mente vacua.

(Nota escrita desde una cama del Sanatorio 2 del CASMU, donde el autor se repone de las múltiples fracturas sufridas al caer de la bicicleta por motivos que aún no puede comprender)

Salinas, Setiembre de 2003.

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