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Thursday, November 09, 2006

Breve historia de la marginalidad en Uruguay (artículo)

Sobre pesca, pescadores y pescados.
Breve historia de la marginalidad en Uruguay.
Una historia horriblemente real.

Primera Parte.
Detrás está la gente.
 
Había una vez un Uruguay feliz.
Un Uruguay conciente de sus limitaciones, donde pocos pretendían tener más de lo que podían y casi todos podían tener al menos lo que necesitaban.

La Patria funcionaba bien,
En las canchas
y en los pastoreos.
(M. Benedetti)

La gente de ese país confiaba en el progreso lento, las vacas gordas y la guerra salvadora en algún remoto lugar del mundo.
La bonanza, se prolongó durante no demasiados años, pero si los suficientes, como para que dejaran su impronta indeleble en el par de generaciones que la vivió. y las siguientes, que añorarían lo que no vivieron.
Aquel Uruguay hizo su revolución burguesa con la única herramienta que estaba a su alcance, el estado. Y el estado fue puesto al servicio de la gente. Algunos visionarios auguraron que las consecuencias a largo plazo de un estado que crecía acompasadamente a las demandas del pueblo, serían entre malas y catastróficas, según el pesimismo del augur en cuestión.
Pero si analizamos las estadísticas de la época, nos daremos cuenta, que la bonanza que algunos aún hoy, rememoran con nostalgia, partía de premisas económicas muy diferentes. Era gente que escasamente demandaba artículos importados. Muchos no tenían heladera y aún así eran felices, porque tenían la capacidad de comprar la comida todos los días. Otros no pretendían ni por asomo tener un auto en su reputísima vida, pero no les importaba demasiado. El estado les aseguraba la salud, alquilar la casa era barato y los bancos eran generosos a la hora de financiar un terrenito en la playa en cientos de cuotas. Así, la llamada Costa de Oro de Canelones, se fue poblando de casitas más o menos modestas, levantadas sobre paredes erguidas ladrillo a ladrillo por sus propios dueños y rematadas con una planchada solidaria, que costaba poco más que los materiales y el asado.
Y la primera noche bajo aquellas paredes, El y Ella, tal vez de la mano, luego de que los pibes estuvieran cómodamente dormidos bajo el colador protector del mosquitero, soñarían con llegar al Hillman o al Austin A40 que les permitiera llegar a la casita los fines de semana algo más rápido y con menos fatigas que en el tren. Pero no se les pasaba por la cabeza meterse en un crédito para eso.
Compraban en diario todos los días, escuchaban a Isolina Núñez en la vieja radio "capilla" que ya tenía como veinte años y cinco válvulas cambiadas. Lavaban en la pileta de hormigón y un lavarropas Bendix norteamericano, no le despertaba mayores ansiedades a la señora, que cualquier otro lujo que  podía ver en las películas que dos o tres veces por semana la hacían llorar o reír en uno de los cines del barrio.
El Uruguay que añoramos, era aquel donde la gente no pretendía más que lo que podía alcanzar. Las cosas estaban al servicio de la gente, y no viceversa
Y en eso estaba una parte del secreto.
Luego, las vacas gordas comenzaron a adelgazar. En los pastoreos, las cosas ya no andaban tan bien. Ni ahí de bien.
Y en las canchas, comenzamos a desaparecer.
Más o menos simultáneamente, llegaron al Uruguay la primera misión del Fondo Monetario y la televisión.
¿Casualidad? Tal vez.
Pero todo empezó a desbarrancarse en una vorágine destructiva y veloz. El Uruguay de las vacas gordas, comenzaba a licuarse y transformarse en el Uruguay del consumo irrefrenable. Nuestras fronteras se abrieron a las importaciones, lentamente primero, luego cada vez a mayor velocidad. La televisión, cambió los parámetros de consumo de la gente y llevó a cada hogar, el estereotipo yanky de la familia feliz. Y cada vez más gente quiso tener lo que Doris Day y Dick Van Dyke. Y los bancos fomentaron alegremente el consumo y la gente confundió progreso con consumo, Y cada vez más vacas que cada vez valían menos, eran necesarias para sostener el creciente rítmo de la jarana.
Entónces, gradualmente comenzaron a invertirse las cosas. Las fábricas no pudieron sostenerse en pie ante la política de "puertas abiertas" a todo tipo de importaciones. El agro, bajó aún más sus ya bajísimos costos de mano de obra, expulsando gente hacia los cinturones de la ciudad, donde la pobreza humilde de otros tiempos, comenzaba a convertirse en marginalidad. La mismísima moral burguesa, se deterioró rápidamente, y los lazos que por encima de las diferencias de clase mantenían a la sociedad uruguaya dentro de los márgenes de la cohesión, comenzaron a diluírse. El País de la Cola de Paja, citando nuevamente a Mario Benedetti, comenzaba a convertirse en el país del garrotazo cruel.
Las clases sociales comienzan corporativizarse en defensa de sus intereses. El Congreso del Pueblo y la unidad sindical largamente esperada, pero postergada desde siempre por intereses mínimos, son claros símbolos del agrupamiento de la clase obrera. Los productores rurales, nucleados desde los tiempos de Irureta Goyena, así como los principales agentes financieros e industriales, se agruparon a su vez en torno a un presidente que les venía como anillo al dedo, más que nada por una señalada carencia de ideas propias, que incluso podría catalogarse como desinterés ante el los símbolos tradicionales del poder. Luego de tantos años de presidentes "doctores", llegó un presidente "señor" a secas a sacar las castañas del fuego a los poderosos.
Dentro de un contexto internacional fuertemente signado por el conflicto este-oeste, un Uruguay ya de "culo abierto" a las demandas de los organismos de crédito, se sacaba la careta y con profética vocación, mostraba al mundo las consecuencias de la globalización, aún antes sus primeros indicios.
Dos causas para una desastrosa consecuencia:
El cambio de los hábitos de consumo, forzado en cierta medida por el cambio del medio masivo de comunicación predominante, que pasó de la prensa escrita, al medio audiovisual por excelencia: la televisión.
La apertura del mercado interno del Uruguay a la voracidad de los negocios transnacionales, tanto en la banca, como en las finanzas y la industria.
La consecuencia principal: la desaparición de la clase media por corrimiento económico y emigración.
El proceso económico-social se basa en hechos tan sencillos que da vergüenza que hayamos caído tan limpiamente en la trampa.
Mientras que la producción agropecuaria se mantenía estancada desde las primeras décadas del siglo XX, la apertura del mercado interno impuesta por el Fondo Monetario desde la primera carta de intención firmada por el Cr Azzini en tiempos del primer gobierno blanco, luego de 93 años de ostracismo por las buenas o por las otras, para equilibrar una balanza de pagos que nos comenzaba a ser desfavorable ante la Europa reconstruida con la ayuda del Plan Marshall, dentro del conflicto este-oeste que dominaba el mundo, hizo cambiar rápidamente los ejes sobre los que giraba el bienestar nacional. Así fue que comenzamos a transformarnos a toda velocidad de un país donde los “bichicomes” no eran otra cosa que bohemios extremistas a otro donde la marginalidad nos aguarda a todos a la vuelta de la esquina, sin que casi nada podamos hacer a favor de nuestra suerte. Al menos individualmente.








Segunda Parte.

La dictadura militar mezcla tirios con troyanos...  y caga todo mucho más.


El 9 de Febrero de 1973, se produce un golpe de estado militar.
Sectores de todos los partidos políticos, apoyaron el nuevo statu quo. Algo impensable en el Uruguay de las vacas gordas, en el que se produjeron dos quiebres de la institucionalidad política en un lapso de más de 70 años. Pero la fractura principal, no estaba en la institucionalidad democrática sino en la cabeza de la gente, y porqué no, en su estómago.
Voces aisladas como la de Amilcar Vasconcellos, se percataron del insuceso, mientras que el presidente Bordaberry, en el más puro ostracismo interno se debatía en la soledad absoluta de un poder que creía absoluto y que se le vaciaba de entre las manos. Convocado el pueblo a la Plaza Independencia en apoyo de las instituciones, éste faltó a la cita. Y faltó con aviso. Sólo la nula perspicacia política del Bordaberry pudo haberlo expuesto a semejante ridículo. Luego, él alegaría que en base a su nulo poder de convocatoria, se decidió a ponerse él mismo al frente del levantamiento, quebrando los símbolos de la institucionalidad el 27 de Junio del mismo año.
Pero Bordaberry, sólo quebró la cáscara vacía de una democracia carente ya de significados reales, que en los hechos ya había caído entre la indiferencia, cuando no la alegría, del pueblo, que miraba otra cosa por televisión. Probablemente, los Sábados Circulares de Mancera.
Los últimos obstáculos que se le presentaban a los mercaderes del mundo, caían ante la falacia del progreso que encandiló a los militares.
Durante algo más de una década, compramos el obelisco y los buzones, exportamos tornillos para importar destornilladores, fomentamos la pesca y luego la des-fomentamos y no sostuvimos una sola política coherente. Los ideales nacionalistas presentados por los militares en sus comunicados, hechos para la tribuna y el deslumbramiento de muchos líderes de la izquierda, quedaron rápidamente evidenciados como publicidad engañosa. Las organizaciones que la clase obrera había logrado darse y que de alguna manera ponían freno a la pauperización de los trabajadores, fueron desmanteladas con cárcel y exilio. La globalización alcanzó también a los militares y policías, cayendo en métodos de tortura deleznables e impensables para un militar del Uruguay de las vacas gordas. Había esperanza en los pastoreos y desazón en las canchas, de las que Uruguay quedaba vergonzosamente eliminado sin pasar la serie en el mundial del 74 y sin siquiera clasificar en el del 78. A medida que el proceso avanzaba sin casi oposición interna, las vanas esperanzas de exportar productos no tradicionales, se fueron diluyendo en el realismo del mercado libre. Los productos baratos del lejano oriente, arrasaban el mercado interno a precios de dumping y enviaban trabajadores fuera del sistema por millares. Hacia fines de la década del 70, los mismos militares se percataron de que algo no iba bien.
Los tecnócratas a cargo del ministerio de economía, responsabilizaron rápidamente a el dirigismo con el que se manejaba la política cambiaria y al peso del estado y las empresas públicas, manejadas estas últimas, con criterios peregrinos entre los que sin orden ni concierto se mezclaban los parámetros cuertelarios con un intento algo anodino de preservar las joyas de la abuela, pero sin sacarles brillo, sumiéndolas por ende en un estados deplorable de atraso tecnológico, que preparaba el campo a las futuras privatizaciones, que los políticos de la nueva generación intentarían llevar adelante. El endeudamiento externo de la república, comprometía 345 años de exportaciones y eso si no nos iba mal y los militares se miraban unos a los otros con expresión patética, preguntándose dónde radicaba el error cometido, mientras Arismendi, Vegh Villegas y los demás tecnócratas, se frotaban las manos ante la coyuntura. A su debido tiempo, los organismos internacionales de crédito, eufemismo que significa “los chupasangres arrasadores de toda soberanía y explotadores de indefensos”, los recompensarían debidamente.
La marginalidad, ahora sí, comenzaría a cobrar cuerpo entre los desechados por el sistema. ¿Quiénes eran?
Principalmente, en esta etapa, fueron esencialmente personas del interior de la república, donde las fuentes de trabajo, dependientes en buena medida de las antiguas políticas de sustitución de importaciones, así como la de “exportemos cualquier cosa” que los militares implementaron de cualquier manera durante algunos años y que abandonaron al informarles los tecnócratas que resultaba incompatible con las demandas del Fondo Monetario y con el propio esquema económico interno, donde el costo de la mano de obra resultaba altísimo aún, en comparación con su similar del Lejano Oriente, o aún del vecino Brasil. Esa gente, expulsada de los pueblos y ciudades de toda la república, sin otra fuente de trabajo que el cuartel o la comisaría, comenzó a llegar en andanadas imponentes al sur, donde el boom de la construcción en Punta del Este y Montevideo, les amortiguó la caída en el cantegril que les hubiera esperado sin duda, de no haber sido por el exceso de dinero fácil en Argentina. De todos modos, la caída fue retrasada, mas no evitada. El cantegril los esperaba al final del camino neoliberal emprendido desde los sesenta.
Las características de la marginalidad de entonces, diferían esencialmente de las actuales. La principal diferencia radicaba tal vez en la esperanza. Aquella gente que llegaba a Montevideo con una mano atrás y otra adelante, presumía que su situación era transitoria, pasajera. Ignoraba aún que el proyecto neo liberal los condenaba al exilio interno para siempre.
Otra particularidad que debemos mencionar sobre la marginalidad a principios de la década del 80, es la ubicación geográfica de los no llamados todavía “asentamientos”. La localización de los mismos, generalmente podíamos hallarla en las cercanías de las fuentes de trabajo. Habían entonces importantes conglomerados habitacionales de cartón y chapa, en las proximidades de la fábrica de Pórtland, en las cercanías de las curtiembres de Nuevo Paris, etc.

Las viviendas “evolutivas” y la involución de los expulsados.

A su vez, dentro de una política habitacional urbana llevada a cabo por los militares, aparecen las llamadas “viviendas evolutivas”. Por mal nombre, ya que más bien por el contrario, fueron absolutamente “involutivas”. En esos conglomerados humanos, comenzará paulatinamente a crearse una nueva óptica del mundo.
Se generará allí dentro, antes aún que en los cantegriles típicos, un nuevo conjunto de normas morales, éticas y sociales, que serán típicas de la marginalidad. El menosprecio por el trabajo, la desvalorización de la vida humana, y la franca hostilidad hacia el “gil laburante”, el tipo cualquiera que va a hacer 8 o más horas a la fábrica para ganarse el pan con otra cosa que no sea el “choreo”. Ese conjunto de des-valores, que hasta entonces estaba limitado a un ambiente muy cerrado, vinculado al cantegril, la cárcel, y algunos conventillos de la Ciudad Vieja, se expandiría por contagio, gracias a la mítica inclinación de los militares, de improvisarlo todo … y mal.
Indudablemente, los militares tenían una espléndida e inaudita capacidad para que las cosas les salieran pal orto.
Producto de la improvisación y la visión mesiánica y rígida de los fenómenos sociales, acrecentaron lo que querían combatir. Las viviendas, que en principio fueron al menos dignas, en Cerro Norte o Villa Española, el Borro o Los Palomares, se convirtieron rápidamente en polos de marginalidad social, que ya no económica.
Gente que no sólo no quería pescar, sino que ni siquiera tenían la intención de saber como es una caña. Mientras un importante contingente humano escapaba de la alienación social mediante mecanismos sociales auto gestionados, como las cooperativas de vivienda por ayuda mutua, aquellos que recibieron la beneficencia del estado, no pudieron elegir a sus vecinos, ni depurar de alguna manera sus núcleos vecinales de elementos marginalizados.
El proceso de expansión de la visión marginal, no fue instantáneo, pero si fue veloz en términos sociales. Los primeros ocupantes de los conjuntos de viviendas evolutivas, separaron por ellos mismos las aguas rápidamente. Los “giles laburantes” se mantuvieron apartados en la medida de lo posible de los vecinos que vivían del choreo.
Pero una vez más, la fuerza de las circunstancias se impuso. Aquellos chorros, todavía conservaban una cierta “ética” originada en los estertores del Uruguay de las vacas gordas. No robaban en el barrio, le tiraban con algo a algún vecino que estaba en la mala, por despido o por desgracia nomás, y sin llegar a ser “robin huses” ni mucho menos, aceptaban ciertas normas mínimas de convivencia, que hicieron que la barrera que en principio dividía a los chorros de los giles, se fuera poco a poco diluyendo.
Y cuando un tipo formado en el trabajo honesto, acepta como normal que su vecino “labure de chorro”, comienza él mismo a ser un marginal, sin apenas percatarse de eso. La distorsión de los valores cotidianos y la aceptación de lo socialmente rechazado, por la mera fuerza de la costumbre, es la puerta de entrada a un túnel del que difícilmente se retorne.
Cuando los hijos de los chorros y los hijos de los laburantes, jugaron juntos, concurrieron a la misma escuela y compartieron los misérrimos cumpleaños, comenzó a perderse completa la generación siguiente.

“-Vo, Jorge, tengo que ir a timbrar en un par de casas, pa ver si hay gente así mi viejo puede ir a patearles la puerta… ¿Me acompañás?-”
“-Perá que le pregunto a mi vieja..”, “mamá, ¿Puedo ir con el Cacho a “timbrar” un par de casas?”
“-Andá, pero no vengas tarde, todavía no hiciste los deberes-“

Una realidad que por penosa, no deja de ser objetiva.
Hacia el año 85, mientras el Uruguay entero festejaba el retorno a la Democracia, miles de personas ya eran moral y éticamente marginales, y tenían una visión distorsionada de las normas de convivencia. El espíritu y la mentalidad de Ghetto estaba completamente establecida en amplias capas de las clases más empobrecidas y débiles, encerradas dentro de zonas geográficamente delimitadas y expandiendo la violencia y la delincuencia como una mancha de aceite se expande sobre el agua.
La primera generación, tal vez hubiera podido salvarse con políticas adecuadas, conciencia y auto ayuda.
Para los jóvenes y adolescentes nacidos en la marginalidad de los cantegriles “evolutivos” y sus vecinos asentados de cualquier manera en la proximidad de los arroyos, o de las fábricas cerradas, el futuro pintaba mucho más oscuro. Criados en valores erróneos, entrando y saliendo del sistema penitenciario o de los jaulones del INAME, el futuro consistía en más de lo mismo. Más cárcel, más represión, enfrentamientos entre bandas de otros “cantes”, vino tinto cortado con gaseosa y todas las drogas que pudieran conseguir y consumir, principalmente cemento de contacto, hasta que una bala pusiera al fin, coto a tanta nada consecutiva.
La democracia entrante, en vez de mejorar las cosas, las empeoraría.


Tercera Parte.

Nos habíamos amado tanto…

El 28 de noviembre de 1983, al pie del Obelisco, más de cuatrocientos mil uruguayos abríamos el corazón a la esperanza.
Entre los múltiples carteles que poblaban la calle Ponsomby aquella calurosa tarde de primavera, podían verse, por ejemplo, el de los obreros de CODARVI, o de Cristalerías del Uruguay, del Sindicato de ONDA o el del Sindicato de FUNSA.
Estos obreros y tantos otros, abrían el corazón y esforzaban la garganta, aclamando a un estrado integrado por representantes de todos los partidos políticos sin exclusiones.
Los aclamados de ayer, serían sus cocineros del mañana.
La Concertación Nacional Programática, integrada con representantes de los partidos políticos y la organizaciones sociales, no sería más que la herramienta utilizada por los neo liberales para ganar tiempo y evitar confrontaciones sociales. Los trabajadores que querían sus cañas, en realidad se tragarían el anzuelo. Cuando se desayunaron y se percataron de que el proyecto neo liberal de Arismendi y Vegh Villegas, estaba en democracia más vigente aún que dictadura, Julio María Sanguinetti, Presidente de la República hizo gala de la mayor sangre fría a la hora de enfrentar a los trabajadores. Toda la habilidad negociadora puesta en juego para proporcionarle una salida digna a los militares, fue dejada de lado a la hora de aplastar cualquier movilización de los trabajadores. A su debido tiempo, se vanagloriaría de no haber perdido ninguna huelga.
Contrariando todas las promesas firmadas de su puño y letra en la CO.NA: PRO, Sanguinetti estableció una política ferozmente neo liberal, desmantelando aún más los restos del aparato industrial, empujando a miles de trabajadores hacia el desempleo. La pauperización en la que cayó buena parte de la clase trabajadora. El boom de la construcción, que se detendría abruptamente, no amortiguaría esta vez la estrepitosa caída en el desempleo de aquellos trabajadores que eran expulsados de sus fábricas. En los entretelones del poder, se había decidido reconvertir el país. Y la reconversión traería aparejada, la marginalización de unos cuantos miles de trabajadores más.
Los índices de delincuencia comenzaban lentamente a ascender. Algunos barrios de Montevideo comenzarían a perfilarse como zonas rojas, y la prensa de la derecha acusaría al gobierno democrático por el aflojamiento de la seguridad en las calles. La realidad era muy distinta a las apariencias. Con la llegada de J:M. Sanguinetti al gobierno, se había realizado una importante liberación de presos comunes, en el marco de protestas carcelarias y revisión de los procesos escasamente válidos desde el punto de vista jurídico que había llevado adelante durante años una justicia regida desde el Poder Ejecutivo a través de un ministerio que desaparecería en uno de los primeros actos administrativos de la restablecida legalidad. Mucha gente, achacaría a esta masiva liberación de convictos, el incremento de los índices de criminalidad, pero esta no era toda la verdad, apenas si era una breve parte de la realidad. La criminalidad fue más que nada, el fruto de la rotura del tejido social, el desgarro en la tela de la sociedad, por donde escaparon los más infames vicios sociales, y por donde desahogaban los menos privilegiados de entre los más infelices, toda la frustración y la decepción de ver como se les cerraban en las narices, las puertas a toda ilusión. Agravamiento de las penas existentes, creación de nuevas figuras penales, marginación de los penados, sacándolos de prisiones medianamente céntricas para trasladarlos ca cárceles que quedaban a media cuadra del culo del mundo, penando junto con el procesado, a toda la familia que debía hacer ingentes sacrificios para visitarlos, fueron algunas de las creativas soluciones que encontró el sistema para combatir el flagelo de la criminalidad. Flagelo, que estadísticamente hablando no era tal. El incremento de la criminalidad, fue también un golpe propagandístico del sistema político y se sus aliados en los medios de comunicación. Estadísticamente, no fue significativo el aumento en el número de procesos penales, aunque sí puede detectarse una variación en la calidad de los delitos cometidos. Figuras delictivas como el copamiento, poco comunes durante los años anteriores, se hicieron más frecuentes. La drogadicción fue además un factor distorsionarte que agravó la crueldad de los delitos cometidos. Bajo los efectos de la droga, se hizo más fácil romper con los viejos códigos criminales, El asesinato, estuvo al alcance de muchos ladronzuelos cobardes, que sin estímulos artificiales, se hubieran dedicado a “patear puertas” o a “hacer cuerda”.


Tercera Parte.

Después del 90. La reconversión. Menos para más.

A partir del gobierno del Dr. Luis A. Lacalle, el Uruguay entra en una paulatina reconversión de las estructuras productivas. El fenómeno se refleja incluso, en la disminución de la incidencia de las exportaciones tradicionales sobre el total. La incidencia de las exportaciones de los rubros tradicionales durante la década del 90 se fija en el entorno del 30%. Las exportaciones se diversifican y eso debería repercutir positivamente en la estructura económica de la sociedad. Pero por múltiples motivos, no fue así.
Muy al contrario, los sectores económicos priorizados, se mostraron ineficientes a la hora de generar fuentes de empleo y más aún, alguno de ellos, como por ejemplo, el informático, absolutamente regresivo en la distribución de los ingresos.
Los ejes del reordenamiento de la producción, pasaron por tres sectores:
El turismo, (hotelería, gastronomía, transportes y servicios anexos)
Servicios y productos vinculados al sector financiero.
Tecnologías de la información y las comunicaciones.
Sectores agropecuarios no tradicionales. (lechería, vinos, producciones pecuarias diversas y forestación.)
De todos los rubros mencionados, tan sólo el mencionado en último término, se mostró capaz en alguna medida, de recuperar algunos de los puestos de trabajo cedidos por una industria en franca decadencia, carente de créditos y endeudada con el sector financiero.
No es mi intención aburrirlos ni abrumarlos con estadísticas. Pero vaya un ejemplo
En la década del noventa se perdieron el 48 por ciento de los puestos de trabajo en la industria.
En cifras. 91.052 puestos de trabajo en el sector industrial se perdieron.
En el mismo período, las exportaciones de software por parte de empresas uruguayas pasaron de 250.000 dólares a 79.000.000.
¿Saben ustedes aproximadamente cuantos puestos de trabajo generó el sector en ese período?
¿Nooo? Se los digo: 1000 (mil).
Se estima, según datos del INE, que de esas 1000 personas, 30 son sus propietarios.
Si eso no es regresión en la distribución de la torta.. ¿Cómo llamarle entonces?
Pero no es el mencionado el único factor negativo, no vayan a creerse que termina acá.
Lo peor de todo es que el empleo que generan los sectores priorizados está destinado a cubrir las necesidades de trabajo de determinada clase social, se ha perdido totalmente la vieja y muy batllista igualdad de oportunidades.
Los ingresos medios de los hogares uruguayos, ascienden a aproximadamente $12.100.
Supongamos una familia tipo (Que en realidad, no es la familia tipo del sector marginal, sino la de la clase media, o lo que queda de ella). Dos adultos y dos hijos.
La asistencia a cursos de inglés y computación, que son básicos para el acceso a los puestos de trabajo generados por la reconversión, les insumiría una tajada de no menos de 5500 pesos de sus ingresos. No estoy exagerando un carajo. Así es. Estudiar inglés en un instituto serio y moderadamente bueno, no sale menos de $1000 por mes. El aprendizaje de la informática insumirá cifras algo mayores. Pero de puro tímido, digamos que la cuota mensual esté en el entorno de los $1250. ¿Es necesario que saque las cuentas y les diga lo que queda para alimentación, transporte, servicios públicos básicos, etc? No jodan. Hagan algo ustedes.
De aquí a quince años, si no menos, cualquier uruguayo que no cuente con los conocimientos básicos de inglés y computación, quedará absolutamente fuera de el acceso a cualquier empleo que le permita ingresos tales como para mantenerlo a flote en la clase media.
Cantegriles.. ¡Apróntese que allá vamos! La marginalidad espera a nuestros hijos sin que quepa la menor duda por simple cálculo matemático.
Las perspectivas laborales que nos devienen, implican necesariamente conocer ciertas técnicas de “pesca”, además de tener con nosotros “la caña de pescar”.
¿Quién nos enseña a pescar? ¿Qué le enseñan sobre pesca a nuestros hijos?
Los programas de Educación Primaria, omiten la enseñanza del idioma inglés hasta sexto año. Las carencias en lo que se refiere a la enseñanza de las reglas ortográficas del castellano y la insistencia en no corregir las faltas de ortografía a la espera de que se vayan solas, como si en vez de problemas de aprendizaje, se tratara de una virosis, hacen que la enseñanza del inglés tanto en la escuela como en la secundaria, sea una pesadilla para los docentes, que deben enseñar en primera instancia la gramática castellana, al menos como para que sus alumnos sepan que cuernos es un verbo, un adverbio o un artículo.
En cuanto a la informática.
¡Ay Dio! Se enseña informática en los liceos (no en primaria o al menos no en todas las escuelas) que llevan adelante la Reforma Educativa de mi tocayo Germán Rama. Esos alumnos, tienen el privilegio de disponer dos veces por semana una computadora del año 95 o 96, con DOS y Windows 3.11, probablemente la única licencia en la que pudo invertir el estado.
¿Patético? El calificativo queda corto.
Esos son los cursos de pesca que suministra el estado a nuestros hijos. A los tuyos hermano, a los míos. Mañana, les dirán que ya les enseñaron al pescar, y los largarán en el bote. Luego, se quejarán porque el mar, empecinado, les niega la comida, y los acusarán de vagos, incapaces, irresponsables. O simplemente, comprenderán los jóvenes que toda esperanza es vana.
Emigrarán, o se marginalizarán. Es lo que hay.
M’hijo el hotelero parece ser el sueño de los padres de hoy. Pero para ingresar en las escuelas de hotelería la demanda supera ampliamente la oferta. Otro tanto ocurre con los cursos de técnico en informática de la UTU. Para ingresar, tenés que tener terrible suerte. Los lugares son pocos, la demanda enorme. Como en la vida.
Las cifras del Uruguay en vías de reconvertirse hablan por si solas.
Mientras que la población creció en la última década en unas 300.000 personas, el número de alumnos escolares descendió en aproximadamente 1000.
El número de menores ingresados al INAME era en 1990 de 8335.
En el 2000, la cifra había ascendido algo. Poca cosa .. 66.000.
No te refregués los lentes con el mantelito del mouse, leíste bien. SESENTA Y SEIS MIL.
Seguramente, ninguno de ellos sepa un carajo de inglés o de informática, sino tienen la suerte de ser acogidos por una familia algo privilegiada, digamos con un ingreso medio que triplique el ingreso medio, serán los próximos en agregarse a los cantegriles, junto con mis hijos, y los tuyos.
Y como se reproducen además los marginales. Los conejos son tímidos animalitos comparados con ellos, Veamos algunos numerillos más.
El crecimiento poblacional del Uruguay es del 0.6%, poca cosa, digno de los países desarrollados. Pero hete aquí, que el 50% de los niños que nacen, tienen la poca visión de hacerlo dentro del 16% de los hogares más pobres. ¿No son tontos esos bebés? No, no lo son. La marginalidad tiene sus propias reglas y sus propios códigos.,
Tener muchos hijos, da prestigio a las mujeres dentro del ese ambiente con sus propios códigos, diversos de los del resto de la sociedad.
Según nos narra el Anuario 2001 del diario El Observador, era común entre las mujeres de los asentamientos de Montevideo, expresar su orgullo por tener 8 o más hijos. Cada uno gana prestigio como puede.
Por otro lado, mientras que para una familia que no tiene los valores distorsionados, los hijos acarrean automáticamente egresos económicos de cierta importancia y un compromiso con el futuro, esto no se percibe como problema dentro del ambiente marginado.
Los hijos, generan más bien ingresos a sus hogares. El “requeche”, puede ser encarado por niños de cinco o seis años, la limpieza de los vidrios de los coches en los semáforos, la venta de estampitas o curitas en los bares está al alcance de cualquier chiquito, debidamente estimulado con un par de patadas en el culo. La Asignación Familiar, les asegura un ingreso fijo por cada hijo, que no les resulta despreciable. La leche de teta propia, viene incluida con una, así que tampoco sale nada. Todo ganancia.
Y no es que considere que esas madres, son simplemente mujeres sin escrúpulos, explotadoras de sus hijos. No es así. Son mujeres realistas, que toman para sobrevivir, las herramientas que tienen a mano. Además, están exentas de la preocupación por el futuro que nos aqueja a los demás. El futuro de ellos es negro, negrísimo, con tanto sea con muchos hijos como sin ellos. Pueden, con pocos hijos y mucha suerte, aspirar a un trabajo de limpiadora, que las hará abandonar su hogar, sus amigas y sus hijos, por varias horas, insertándolas forzosamente en un ambiente extraño y por demás hostil, por unos pocos pesos, que en definitiva no cambian nada. Tener hijos por docena, es más cómodo y menos oneroso. De negarles el futuro, ya se ocupó el sistema.
El 40% de los niños nacen en hogares que están por debajo de la franja de pobreza.
Las madres adolescentes constituyen un fenómeno absolutamente normal en la marginalidad. Y de ellas, sólo el 16% tiene pareja estable. Más aún, está demostrado estadísticamente, que una madre adolescente que pare un hijo antes de los 14 años, volverá a dar a luz antes de que termine su adolescencia.
Siete de cada diez madres adolescentes no ha terminado la escuela primaria. Más de 600.000 niños viven debajo de la línea de pobreza, 60.000 por debajo de la línea de indigencia. Mal educados, mal nutridos, expuestos a carencias de índole sanitaria que se agudizan con la crisis de la Salud Pública. ¿Estudiarán inglés y computación? ¿Serán un día programadores u optaran por ser recepcionistas en un hotel?
El Uruguay de hoy, está condenando a la indigencia y a la marginalidad a no menos del 60% de los niños que nacen hoy. Es un hecho matemático. No se trata de interpretación política. Las datos estadísticos no tienen color partidario. Si tiene color partidario, tal vez, el que haremos con ellos.
El gobierno del Uruguay, ha optado claramente por el país de servicios. Los peces están ahí, y el turismo se duplicó en una década.
Pero las cañas de pescar están a precios prohibitivos, y ni hablar de un curso de pesca, directamente inaccesible.
En el Uruguay del futuro, no hay lugar para tus hijos ni para los míos. Y no lo hay porque así se ha decidido concientemente. No se trata de un accidente, como las granizadas, ni de imprudencia como el brote de fiebre aftosa. Ni siquiera se trata de la ya legendaria mala suerte del Presidente Batlle. Se trata de una decisión meditada. Alguien o muchos, han decidido, prescindir de cómo mínimo dos generaciones completas de uruguayos “sacrificables” en aras de un futuro próspero. O que vislumbran próspero. Próspero para los sobrevivientes a la reconversión.
Los que tengan la suerte de no convertirse en marginales.
Los que tengan la suerte de no ser asesinados por los marginales.
Los que hayan tenido la suerte de nacer en es mínimo número de hogares uruguayos que tienen ingresos mucho más altos que el promedio, y que por ende, habrán podido educar a sus hijos para el futuro promisorio que no tendrán los míos.
Para aquellos que pueden pagar una educación privada, será próspero el futuro, siempre y cuando, las condiciones no se degraden aún más y ya no alcance con computación e inglés para ingresar al circuito laboral, por ahí, dentro de diez años, se necesita algo más, .. por ejemplo, electrónica, o chino. Como están hoy las cosas, es algo imprevisible.
A los que ya cayeron en la marginalidad, les queda el magro consuelo de que seremos muchos más en un futuro muy próximo.

Después de tanto diagnóstico, algo de futurología

Hay un futuro posible, en él, unos pocos vivirán entre rejas, presos en sus propias casas, vigilados con cámaras y guardias de seguridad, sus hijos no conocerán el placer de jugar al cordoncito en la vereda ni de remontar una cometa. Como mucho, podrán diseñar una cometa virtual con el Corel 13 o el 19, quien sabe por que versión andará para entonces, y la remontarán en el monitor, debidamente sectorizada en Flash. Llevarán una vida, que a nuestros abuelos, del Uruguay de las Vacas Gordas, les parecería de ciencia ficción. Jugarán al sol en vacaciones, o puede que en el patio del colegio, eso si al patio no le da sombra a la hora del recreo. Sus padres, saldrán del garaje de su casa en el coche, para llegar al garaje del trabajo y temblarán de pánico en cada semáforo. Y lo más extraño, será que no se darán cuenta de que están encarcelados. De que son una minoría privilegiada en medio de un marasmo de miseria que los mira pasar con odio extremo. Considerarán que tienen la sartén por el mango, sin saber que ellos no son más que el mango, y que la mano es de otros y que la sartén es el hervidero de marginales que les rodea. Y que cuando el aceite esté lo suficientemente caliente, es seguro que salpicará.
Muchos miles, libres, hambrientos, sin más códigos que el de la supervivencia del más fuerte y sin el más mínimo aprecio por la vida ajena, los depredarán y serán, de vez en cuando, muertos en el intento. Los marginales transformados en jauría, atacando indistintamente a las ovejas y a los pastores del nuevo orden.
Y matando a tu hijo para robarle la campera.
Ese día, si es que llega. Si es que no hacemos algo urgente para evitar que llegue, se habrán invertido las premisas. Los marginales serán como siempre los menos y los más, aquellos que posean la moral predominante en la sociedad. Los marginales de entonces, serán propensos a terminar entre rejas como siempre lo fueron, sólo que las rejas serán las de sus propias casas.

El nuevo rostro de la marginalidad en los años 2002 y 2003
He visto al enemigo… ¡Y somos nosotros!

Luego de la crisis bancaria de agosto del 2002 que arrasó con buena parte de la escasa clase media que había dejado 40 años consecutivos de lo mismo, la marginalidad ha adquirido un nuevo rostro.
Si se quiere, se ha tornado más democrática. Se salió de su cauce anterior, limitado a los cantegriles, núcleos evolutivos y asentamientos y campea por los barrios. Toca la guitarra en los ómnibus y vende pastelitos de dulce de leche puerta por puerta. El sueño artificial del plástico de la tarjeta de crédito esta llegando a su fin. La base de datos de morosos del Clearing, se ha hecho tan extensa como la guía telefónica, y a fuerza de su propia generalidad, está perdiendo significado. Los usureros miran desconcertados pensando a quién mierda prestarle plata, si todo el mundo debe. La gente renuncia al teléfono, al celular, a la televisión por cable, al sistema de salud. Y lo mejor de todo es que se caga de la risa. Y en esa risa, nacida del desconcierto y la desazón, está la marginalidad nueva y perfeccionada del tipo común.
No hay estadísticas disponibles del fenómeno.
Tal vez, sólo los sociólogos se percaten del nuevo rostro de la marginalidad.
Pero sin duda, nuevos códigos éticos, están invadiendo al ciudadano uruguayo medio.
Ese que ya no se muere de vergüenza si le cortan la luz o el agua, y en cambio proclama a los cuatro vientos el hecho de haberse “colgado” de los cables de la luz.
O la delincuencia de bolsillo, de acostar, pinchar o violentar de cualquier manera el contador de la corriente eléctrica e intercambiar “recetas” con los vecinos.
La marginalidad está en cambiarse con las vecinas y compañeras de trabajo, recetas de cocina inverosímiles hechas con cáscara de papas, o con tallos de espinaca, o con cualquier cosa barata, que le hubiera dado vergüenza a un bichicome hace pocos años. De pasarse la ropa unas a otras, de vender la ropa que ya no usamos en las tiendas de segunda mano, sin llevarla a escondidas.
La marginalidad de reconocer que tus hijos perdieron el año por faltas al no tener dinero para concurrir a los centros de estudio, cosa muy frecuente en el interior, donde no hay boletos gratuitos.
La marginalidad de hacer dedo en la ruta, de pedir prestado para el ómnibus o la leche.
De comprar pañales sueltos, cigarrillos sueltos, aceite suelto.
De proclamar a los cuatro vientos su entrada al Clearing, la rotura de las tarjetas de crédito, la confiscación del auto.
El hecho de que nos hayamos adaptado a todo esto, es una clara muestra de marginalidad. Los códigos de nuestros padres están cambiando. Ahora se impone una forma cruda y descarada de exhibicionismo de la miseria. Y de aceptación. Una vez que la gente empieza a hacer chistes con su propia desgracia, habrá des-dramatizado el hecho, lo habrá asumido como cotidiano y socialmente aceptable. Y la miseria, que avergonzaría a nuestros padres, se ha hecho aceptable para nosotros. Y más aún para nuestros hijos.
Se acerca el día en que nos alcanzará con comer todos los días, tener luz y agua, y poder mandar los hijos a estudiar para ser felices. ¿No les suena conocido?

Epílogo.
Hay otro final posible.

Uno mejor.
Habrá una vez un Uruguay feliz.
Donde la gente volverá a conformarse con lo que tiene y lo que puede. Y donde casi todos tendrán al menos lo básico.
Un país de vecinos charlando en el jardín o la vereda, bajo la luz del sol, con el termo bajo el brazo
Sin tarjetas de crédito, ni usura ni usureros.
Donde comer todos los días será motivo de satisfacción suficiente, como para que alcance eso para ser feliz.
La nueva marginalidad, nos lleva día a día a nuestros orígenes.
Ese día, las puntas de la historia se habrán juntado.
La lección del consumismo habrá sido dura, pero tal vez la hayamos aprendido para siempre, como aprendimos al fin, a valorar la Democracia.
Tal vez entonces, la Patria volverá a funcionar bien.

Que así sea.
Amén.

Germán Queirolo Tarino.
Diciembre de 2003.

Fuentes consultadas:
Instituto Nacional de Estadísticas. http://www.ine.gub.uy
Anuario 2002 de El Observador
M. Benedetti. “El país de la cola de paja”
Computer Press. http://www.cp.com.uy

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