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Thursday, November 09, 2006

Emigración no es redota (artículo)

Muchos países latino-americanos, sufren espantosos episodios de
violencia. Catástrofes naturales los azotan. Inimaginables niveles de
explotación de los trabajadores. Sanidad cero, educación al tono.
El Uruguay, exento de la mayor parte de las calamidades mencionadas,
está indudablemente bendecido. Si embargo, su gente se embarca en un
episodio de Redota tras otro.
¿Qué signo ominoso entonces, nos expulsa?
Una Redota no es una emigración. No al menos una emigración típica de
Latinoamérica.
Una Redota es un fenómeno nuestro, uruguayo, nacional.
Una Redota es un viento aciago que nos arrasa la tierra y se nos
lleva a las familias en masa. Nos vacía los pueblos de gente y los
rincones del corazón nos los vacía de hermanos.
Una Redota es un temporal de gente, que lo deja todo y se va.
Se van en familia. Se llevarían hasta el gato y el canario si
pudieran. Se llevan consigo todos los cachos de Uruguay que les caben
en las valijas, y todos los recuerdos que pueden recolectar en el
corazón, se los llevan también y todas las fotos y todas las
canciones y todos los colores de los pájaros, y todos los olores de
tortas fritas lluviosas de nostalgia y todos los sonidos de la feria
y de aquel caracol juntado en las arenas del Polonio.
Una redota es una calamidad del corazón. Un cataclismo del alma, una
inigualable expoliación de las raíces, que se quedan tozudamente acá
en el paisito, como reservando el rinconcito propicio para el
regreso.
Una redota es como un incendio en un pinar del alma, que nadie sabe
con certeza como o quien inicia. Que mucho menos sabemos como apagar.
De otros países se emigra. El padre de familia se va a otra
querencia, que seguramente para él jamás será querencia sino apenas
posada, consigue trabajo de lo que sea, y gira mes a mes dinero a su
familia a costa si es preciso de su propia hambre.
Pero el uruguayo no emigra. Desde los tiempos de Artigas, el uruguayo
se "redotea". Se va con su familia, su perro, sus Penates y sus
Lares, sus hijos y si puede, su nuera, sus nietos y su loro. Se va
con su vida completa como si quisiera seguirla allá como si nada.
Como si quisiera llevarse la vereda y el árbol de la puerta, y el
vecino y el boliche de la esquina y el carnaval más largo y apelable.

Una Redota es el Canario Luna cantando "Brindis por Pierrot" en una
agencia de publicidad de Barcelona, es Kesman voceando goles con su
voz de borracho en un barrio de Québec, es el banderín de Peñarol en
el espejo del amarillo taxi newyorkino.
Una Redota es un viento irreversible, que no tiene regreso ni retorno
ni vuelta. Son hijos que nacerán en otras tierras, condenados para
siempre a ser uruguayos en diáspora, como una flecha tensa entre la
nostalgia paterna y su propio arraigo a la tierra adoptiva.
Un uruguayo en redota, no es un emigrante. O es algo más o algo
menos. Un uruguayo en redota, no tiene, a diferencia del emigrante,
un país al que volver, porque lo más importante del país que dejó
atrás, se lo llevó consigo.
Hoy los uruguayos en redota, tienen un vínculo que las generaciones
anteriores no poseían.
Internet los vincula y los auna, Nos vincula y nos auna. Los de
afuera, los de adentro y hasta los hijos de los de afuera que jamás
conocieron el "adentro" del que provienen sus padres, conforman una
comunidad, seguramente aún algo dispersa, pero con claros signos de
estar intentando integrarse a niveles incocebibles diez años atrás.
El nuevo Uruguay, el Uruguay en estado de redota, sufre de los mismos
estertores que sufrío la patria física en el parto.
No dejemos ni por asomo, que nuestras diferencias nos opongan al
grado de interrumpir la gestación de Uruguay Global que seguramente
se nos viene.

El experimento inverosimil (cuento)

El experimento inverosimil.
 
Una amiga muy querida me preguntó si era cierto que los hombres estábamos incapacitados por la naturaleza para hacer dos cosas a la vez.
La afirmación me pareció feminista e insultante.
Pero en base al cariño que le tengo a mi amiga, resolví que era justo contestar esa pregunta con toda certeza y no aplicarle un simple lugar común como por ejemplo "porque no te vas un poquito a cagar"
Enfrentado a la pregunta, decidí no contestar a la ligera, intenté reflexionar.
Claro, en cuanto me puse a reflexionar, me di cuenta que no podía hacerlo.
Justo me estaba rascando la cabeza. Terminé con ese menester. Ahora si. Consideré que ya podía enfrentar la tarea con un mínimo de atención.
No pude enfrentarla. Tenía la nariz tapada. Un rayo de entendimiento iluminó el negro cielo de mi ignorancia.
Era evidente que no podía encarar dos tareas simultáneamente.
Pero no iba a responder eso. Mi orgullo estaba en juego y el de todos los hombres con él. ¿Cómo podía ser posible que me resultara imposible hacer a la vez dos cosas tan idiotas como reflexionar y rascarme la cabeza?
Eso si, en mi defensa, debo alegar que no tenía práctica alguna.
Debo practicar, afirmé para mi mismo lleno de convicción. Comenzaré con algo sencillo.. Ya sé.
Comer chicle y pensar. Eso debería estar a mi alcance.
Agarré un chicle y me puse a considerar el significado de "cogito ergo sum".
Fue totalmente en vano. En lo único que podía pensar es en que no me gusta la menta.
Salí a la puerta. Escupí el chicle de menta, me fui  hasta el quiosco a conseguir un chicle de algo que no fuera menta.
Al salir de casa me topé con el tipo que distribuye los recibos de la luz. Me dio el mío, ya que estaba. Lo abrí, lo miré y una vez más me sorprendió la magnitud de la suma. ¿Tendría razón mi vecino, el que dice que la UTE modifica la frecuencia de la red con un aparatito portátil para que los contadores anden más rápido? ¿O acaso algún otro vecino me estaría choreando energía sin que me diera cuenta? Quedé preocupado preguntándome de donde cuernos iba a sacar el dinero para garpar todo eso. Hacía dos meses había vendido la cocina para pagar la cuenta. No quise vender la garrafa. Ahora me vería obligado a venderla. Igual, ¿Pa qué la quería si no tenía cocina? ¿Tal vez me pensaba que la garrafa era un recuerdo de familia? Cuando llegué al quiosco, me había olvidado totalmente a qué iba. Compré cigarrillos solo por no hacer un ridículo tan patético delante de la quiosquera que estaba bastante buena. Volví a casa. Al llegar pisé un chicle masticado justo en la puerta. Me mandé una reverenda puteada mientras pensaba: ¿Dónde había visto este chicle antes?, rascándome dubitativo la cabeza. No me contesté. Tenía el cerebro ocupado en rascarme la cabeza.
Recién esa noche me acordé del origen del chicle. Y de la pregunta de mi amiga. Y de mi intento frustrado.
Me escribí una nota destinada a mi mismo y anoté como prioridad básica para mañana adquirir no menos de cincuenta chicles de fruta. Pegué la nota a la heladera con un imán que imitaba pobremente a una zanahoria.
Al otro día me olvidé por completo de leerla. Ese día se me vencía la factura de la luz y tuve que salir a buscar quien me comprara la garrafa. ¿Les comenté que antes había vendido la cocina?
Al día siguiente, tampoco pude leer la nota. Estaba detenido en la 22 ya que un policía necio se empeñó en pedirme la boleta de compra de la garrafa. ¿Quién carajo en este mundo es capaz de guardar la boleta de compra de la garrafa? Allá fuimos el policía, la garrafa y yo rumbo a la comisaría. Yo salí el sábado de noche. La garrafa todavía está arrestada a la espera de los documentos. Igual no la necesitaba.
El Domingo, vi la nota en la heladera. Luego de preguntarme brevemente quien la habría escrito, la miré detenidamente y la letra me resultó familiar. Pero como ya estaba tomando un vaso de leche fría, no logré identificar la procedencia de la nota  y la abandoné sobre la mesa de la cocina sin leerla mientras el centro de mis preocupaciones pasaba a ser el intruso que pegaba notas en la puerta de mi heladera.
La vi a medio día mientras abría dos latas para el almuerzo. Solté las latas, sin permitir que nada me distrajera y corrí al quiosco y compré cincuenta chicles de fruta.
Durante once días intenté pensar y comer chicle. Recién al quinto día  comencé a hilvanar algo parecido a un pensamiento.
Mientras el chicle conservaba algo de sabor a frutas no. El gusto de la fruta no me permitía pensar en otra cosa. Cuando el gusto se diluía a fuerza de masticadas comenzaban a cruzar por mi mente algunos relámpagos de entendimiento. Al sexto día, luego de masticar el chicle durante todo el Show de Don Francisco, un pensamiento límpido como un cielo de verano alcanzó el nivel de mi conciencia.
Claro, pensé asombrado, el experimento estaba desde el principio condenado al fracaso y ya sabía el porqué.  Detesto los chicles. No me gusta ningún chicle. Ni de fruta ni de menta ni de nada. El experimento estaba destinado al fracaso si al esfuerzo de hacer dos cosas a la vez, le añadía la carga extraordinaria de que una de ellas no fuera de mi agrado. ¿Cómo pude ser tan estúpido, Dios mío? ¡Eureka, he visto la luz! No es mi culpa no poder pensar y comer chicle.. es culpa de los malditos chicles. En ese momento se apagó la luz y todavía no se porqué. Cuando me acuerde voy a llamar a la UTE a reclamar. Igual, en el entusiasmo haber comprendido no me importó mucho. Cosas extrañas me han sucedido antes. Por ejemplo, hace unos días se me perdió la garrafa. Recién me di cuenta hoy porque antes se me había perdido la cocina. ¿Habrá sido una abducción?
Opté por emprender un experimento distinto. Nada de chicles esta vez. Algo distinto y agradable. Pero sería mañana.
Ya estaba agotado.
Me dejé por las dudas una breve nota pegada en la heladera: "Cambiar el experimento de las dos cosas a la vez".
Luego de una noche de profundo y merecido descanso, me levanté despejado y desbordante de voluntad. Llegué a la heladera y leí la nota. Esta vez no me dejé distraer por la leche. En ayunas nomás emprendí un nuevo experimento. Demostraría a mi amiga y a través de ella a todas las mujeres del mundo, que un hombre está perfectamente capacitado para hacer dos cosas a la vez.
Haría dos cosas a la vez y no me distraerían los estúpidos pensamientos que tanto me desagradaban.
Agarré la bicicleta, me metí dos chicles de fruta en la boca y salí pedaleando con la mente vacua.

(Nota escrita desde una cama del Sanatorio 2 del CASMU, donde el autor se repone de las múltiples fracturas sufridas al caer de la bicicleta por motivos que aún no puede comprender)

Salinas, Setiembre de 2003.

Creo: una declaración de principios

Creo que Israel tiene derecho a existir dentro de fronteras seguras, a no ser agredido por sus vecinos y a la nación de los judíos del mundo que en él quieran vivir.


Creo que Palestina tiene derecho a existir como estado independiente, dentro de fronteras seguras y con integridad territorial.

Creo que en Palestina e Israel se deben respetar igualmente los derechos civiles, políticos y religiosos de todos los hombres y mujeres sin distinción de confesiones, orígenes, culturas o razas.

Creo que israelíes y palestinos deben vivir en paz y seguridad, sin terrorismo de estado ni terrorismo integrista.

Creo que deben terminarse los presos políticos, el asesinato de civiles inocentes, las incursiones armadas, y la desconfianza mutua.

Creo que Jerusalén debe ser capital de Israel y Palestina en el marco de una ciudad unificada y compartida donde reine la paz para ejemplo del mundo.

Creo que las Naciones Unidas deberían intervenir positivamente para asegurar un proceso de paz justo, duradero y terminante.

Creo que el que el radicalismo judío ultraortodoxo de extrema derecha y el integrismo musulmán, sólo llevan agua para sus propios molinos, poniendo en medio, las vidas de millares de personas que para ellos carecen de importancia porque apuntan a reinos que no son de este mundo.

Creo que no es un conflicto entre la izquierda y la derecha, que el apoyo que dan muchos países de izquierda a los integristas musulmanes es equivocado porque donde el integrismo gana, la izquierda desaparece tanto como la derecha y sólo gobiernan los iluminados por Dios. Y la derecha que apoya al gobierno israelí, confundiéndolo con un apéndice de los Estados Unidos, no deja a la menor oportunidad de responsabilizar al judaísmo como religión, de todos los problemas del mundo.

Creo que todos los hombres y mujeres de buena voluntad, deben apoyar la paz con todas sus fuerzas, dejar de pensar en israelíes y palestinos como peones de la política global y considerar que una vida humana es más valiosa que cualquier idea.

Creo que es hora de que todos los países del mundo asuman su responsabilidad como conjunto, sabiendo que la Partición de Palestina es obra de la organización que representa a todos los paises y que esa organizacion debe de ocuparse de que reine la paz en los países por ella creados, dejándose de lavar las manos con la sangre de palestinos e israelíes.

Todo eso creo, suscribo y firmo
Germán

Es por la Blanca (cuento autobiográfico... o casi)

Es por la blanca…
“En la noche del debut, Correntes taba prendida.. “
(Leon Giecco)

Diez y seis años. Hace como dos vidas.

Salíamos a las ocho menos cuarto de la noche de las clases de cuarto año en el Dámaso. Nos juntábamos discretamente en la plazuela situada en Susbiela Guarch e ibirapitá. La plazoleta donde además tenían lugar otros eventos importantes, como mortas de cumpleaños o trifulcas a trompadas mano a mano y por la ficha.
Eramos infaltablemente tres.
Fernando S. el Pepe R. y yo. Ocho de octubre era una boca de lobo por la que transitábamos incrementando la ansiedad con cada paso, hacia el cruce con Larravide. Tres escuálidos mosqueteros del amor, con el compromiso de honor de no faltar el segundo viernes de cada mes al Doña Blanca.
Prostíbulo de ominosa fama para quienes nunca cruzaron las múltiples puertas que daban a una galería con olor a antaño.
Doblábamos por Larravide hacia el norte. A la izquierda como quien va para la Curva.
Pasábamos por la puerta de la UTU de la Unión. Cabizbajos y presurosos pasábamos. Parecía que todas la miradas de las chiquilinas que aguardaban la entrada del nocturno para estudiar corte y confección o cocina, se clavaran sardónicamente en nuestras nucas. Esa cuadra era sin duda, la más difícil del trayecto. Nos sentíamos como si en la cara tuviéramos puesto un cartel que decía “Doña Blanca” como si se tratara del que indica el destino de un ómnibus de CUTCSA.
Cruzábamos Avellaneda como sombras.
La Unión no se destacaba por su iluminación ni mucho menos, pero los tres nos sentíamos alumbrados por un reflector mientras cruzábamos Avellaneda en penumbras. La entrada, no se le podía llamar puerta ni con el mayor de los esfuerzos de la imaginación, consistía en apenas un hueco vislumbrado entre una espesa mata de trasparentes, que bloqueaban el antro a las miradas indiscretas. Un portón de aquellos de alambre tejido, apenas si podía distinguirse en la penumbra. De todos modos, siempre lo encontramos abierto. A la derecha, apenas traspasado el túnel de trasparentes, la madama más famosa de la Unión, solía estar sentada en un banquito de madera al costado del caminito que conducía a la casa. Como vendiéndote el boleto se sentaba. Aunque algunas veces, solía ser sustituida por un veterano, tal vez un cafiolo retirado, o un malevo de los treinta, un taita del arrabal del Pueblo Nuevo. Lo más probable, es que fuera un veterano jubilado que se ganaba unos tristes pesos cuidando el portón, pero es más lindo recordarlo así, soñarlo así. A la luz de la vela.
Pasabas el portón o el agujero, o como se llamen los huecos entre los trasparentes por donde se entra a un prostíbulo atorrante y superada la mirada vigilante de Doña Blanca en el banquito, la casa chapucera por los años, desdibujada por el abandono y definitivamente disfumada por las emociones del momento, te esperaba allá adelante, en el horizonte casi.. a unos tres metros.
Una galería techada con chapas de zinc, a la cual daban media docena de puertas en hilera. Algunas cerradas. En las abiertas, una mujer parada en la puerta, con una cara que más de conscuspicencia definiría como de aburrimiento ilimitado y eterno. Nombres como Carla, Fanny o Nora.. supongo que no se llamarían así, o tal vez sí, en una de esas. Elegías la chica o elegías la puerta o te dejabas elegir.. las primeras veces, con el susto más bien te dejabas elegir. Las meretrices tenían tal desinterés en la vida, que mirando sus ojos, entendí tempranamente lo que quiere decir la palabra “soleen” manejada tanto por los dandis de principios del siglo XX.
En un lenguaje más reo, más de acá, las pobres minas, estaban a la vuelta de todo, más allá de las pasiones, apenas si más acá de la muerte.
La primera vez entré con Fanny.

Fernando, amigo del alma, entró con Nora en la pieza de al lado.
Nos despedimos con cara de susto. Ambos éramos debutantes absolutos.

Fanny a mi juicio, medía como ocho metros cuarenta de alto y otro tanto debía tener de caderas. Me hizo pasar. Comentó “¡Ay que chiquito!”, comentario sobre cuyo exacto significado no tengo hasta ahora la más pálida idea.
La habitación era sórdida, sin gracia y alumbrada por un cabito de vela metido en un candelabro de aquellos de lata marca “SUE”, que venían esmaltados en dos colores. Azúl horrendo y verde bilis. La vela estaba ya tan cortita que apenas si de ella surgía algo de llama. La habitación era absolutamente impersonal y prestada. Una cama, una mesita de luz desde donde la vela intentaba en vano alumbrar algo, mientras consumía sus últimas energías, como una demostración práctica de que todo muere. Si alguna vez el sexo y la muerte tuvieron un vínculo, fue aquella noche de mis 16 años, donde no solo moriría la vela, sino también buena parte de mis fantasías previas.

me alcanzó inmediatamente una jofaina. No era una palangana. Una palangana es un objeto doméstico, cotidiano, habitual. Aquello era una jofaina tal como debían ser las de los prostíbulos en la época de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, pero más moderna, más de acá. Junto con la jofaina, un jarro como de dos litros, parecido a aquellos que se usaban en el jurásico para las lavativas, pero sin manguerita. Puso con el jarro agua en la palangana y agregó un chorrito de Espadol. Nada más anti erótico que el olor a Espadol. Sólo le faltó a la mina hacerse gárgaras con Agua Jane, (Hipoclorito de sodio, lavandina, aclaro para que los compañeros no uruguayos de El Fogón, entiendan) revolvió el agua de la jofaina con la mano, tal vez para desinfectarse los sabañones o a lo mejor para mezclar bien el desinfectante, y luego con una ternura que no soy capaz de trasmitir con palabras me dijo “¡lavate pendejo!”
A punto estuve de preguntar “¿Qué?” pero un rayo de entendimiento penetro entre las penumbras de mi susto. Comencé a desvestirme, pero en cuanto me comencé a sacar la camisa celeste del liceo, Fanny me informó que con los pantalones alcanzaba. No era una información sino más bien una orden. Temí que si hacía el más mínimo gesto de protesta, me partiera en la cabeza la jarra metálica. Ahí creo que comenzó mi tendencia al sometimiento sexual.
Me higienicé las partes pudendas. Gracias a Dios, el agua parecía recién sacada del congelador. Todos los anhelos que había arrastrado por Ocho de Octubre, durante veinte emocionadas cuadras, se fueron con el agua helada de la jofaina. Ni Salomé bailándome la danza del vientre durante una hora seguida me podría hacer recuperar el ánimo perdido. El olor a Espadol era insufrible y penetrante. Mi amigo y colaborador estaba absolutamente congelado y sin el más mínimo ánimo después de la ducha y tenía tanto frío que tiritaba como si tuviera una licuadora metida en el estómago. Fanny me tiro una toalla impecablemente limpia, y se tiró en la cama despojándose de la parte inferior de su vestimenta con el mismo desinterés con el que había hecho todos lo demás. Ahí aprendí lo que quería decir “hastío” . Toda ella era hastío. Debían poner su foto en el diccionario al lado de la definición de la palabra.
Hábilmente ella dirigió mis pasos. Me pegó un grito. “¡Ni se te ocurra tocar ahí arriba!” “¿No te das cuenta del frío que hace?” Si, si que me había dado cuenta. Pensé para mi mismo con el último vestigio de buen humor que me qudaba. “Vos tenés frío y que dejás pa mi que me acabo de lavar las bolas con agua del congelador” (luego supe que no estuve tan errado, el agua provenía directamente del aljibe del fondo, que en invierno debe ser tan helada como la del congelador). Intenté hacer lo que sabía que debía hacerse. Pero la naturaleza no colaboraba. Evidentemente, el baño de agua helada no había sido demasiado erotizante. Tal vez la próxima vez, debería probar apretarme los dedos en una puerta. Cinco minutos de permanencia exánime, le parecieron evidentemente, una eternidad a mi compañera tan inmóvil que por un momento me pregunté si al fin el hastío de la vida no la habría matado del todo. Su voz en mi oído chillo “¡Dale mijito! ¿Te pensás que son los caballitos del Parque Rodó?” Así estimulado con habilidad, cualquiera puede. Cinco minutos después, era eyectado de entre las intimidades de Fanny sin la más mínima consideración y con la amarga sensación del deber incumplido. Me puse los pantalones, me acomodé la camisa y me guardé la corbata displicentemente en el bolsillo del saco. Medias, zapatos, listo. Me paré. Fanny, que me había cobrado previamente, se acordó a esa altura de que podría interesar lavarme nuevamente, decliné de la oferta. Prefería apretarme los dedos con la puerta a exponerme nuevamente al témpano. Me acomodé el cuello de la camisa. Me acomodé el pelo, me acomodé la sonrisa. Abrí la puerta y salí.
Fernando me esperaba fumando apoyado tranquilamente en la baranda que limitaba la galería. Su cara de susto habíase trocado en una de alivio, supongo que la mía también.
Uno detrás del otro, transitamos la galería, ahora más corta, más concreta. Bajamos los tres o cuatro escalones, saludamos a la madama. Cruzamos los trasparentes. Agarramos por Larravide, pasando por la vereda de enfrente a de la UTU, precaución inútil. Todos debían estar en clases. Ni un alma en la calle. Fernando me pasó el brazo sobre el hombro. Confidencialmente, como hacen los amigos en las malas. Casi con ternura, me preguntó -¿Cómo te fue? “
Reticente le contesté. –Bien, bien ¿Y a vos?-
Sonrió, no se si con nostalgia o con vergüenza y dijo ¡Impecable!-
Sentí como un puño en el estómago. ¿Sería posible que el maldito desgraciado hubiera disfrutado de su experiencia, mientras que a mi me hacían hacerme baños de asiento con agua del deshielo?
Le pasé también mi brazo por sobre el hombro.
Intentando imitar si mirada nostálgica o vergonzosa le susurré casi al oído:
-¿Sabés?, Creo que se enamoró de mi.

Fraternos y cariñosos abrazos para todos.

Hermandades, Cofradías y Sectas en Internet (artìculo)

Cofradía del Listero Compulsivo.



Está compuesta por individuos que no se resisten a participar de cuanta lista de correos se les cruce en su camino virtual.

Se afilian lo mismo a una lista sobre cría de ornitorrincos, la vida del Padre Martín o la política cubana. Lo importante es escribir y recibir un par de centenares de correos diariamente.

Dentro de esta cofradía, encontramos varias sub-órdenes de las cuales alguna paso a detallar:

Hermandad del Cross posting:

Cruzan mensajes de una lista a la otra sin el más mínimo empacho y sin importarles medio carajo si el individuo que está en un foro, tiene interés en ser leído en otro foro, mandan un mensaje cuya cola pertenece, por ejemplo al Foro de Onanistas, directamente al Foro de Cristianos Acérrimos y Defensores de la Moral Verdadera, originando de tal forma, que el pobre individuo sea repudiado en forma pública por cientos o miles de fanáticos furiosos. Analizando detenidamente las colas de los mensajes que llegan a un foro, es posible encontrarse revelaciones sorprendentes hechas por alguien que jamás en su vida pensó, las vería divulgadas por toda Internet.

Capítulo General del Colista Irreversible

Jamás de los jamases, ni por una remaldita casualidad, cortan la cola de los mensajes. Sus posteos son extensas sábanas de afirmaciones, contraafirmaciones, réplicas y dislates que se originan días o semanas atrás, incluso mejor aún, algunas veces contienen una par de respuestas que vinieron con la cola del "modo compendio" y que por si mismas abarcan unos setentaycincomilquinientosocho caracteres. Recibir un mensaje de un individuo de éste capítulo implica que tu casilla de correo se tare cada dos horas, que los mensajes demoren en bajar más o menos una vida y media y que el moderador o propietario de la lista reciba ochocientas puteadas semanales. Avisarles que corten las colas no tiene sentido. Ni siquiera saben que son.

Logia de los Chateros por EMail.

Contestan todos los mensajes que se crucen por su camino unque más no sea para decir "¡buenísima bo!".

En la reputísima vida inician un tema, pero contestan todos los que pasen por su monitor. La máxima longitud de sus mensajes es de cinco líneas, y eso si ese día está particularmente inspirados. El mejor ejemplar de este tenor que he conocido, Gran Maestre de la Logia, lleva como iniciales L.T.

(Un amigazo, eso si).

Orden de Caballería del Militante AntiCensura

Sus miembros abundan en todas las listas moderadas del planeta. Su principal fuente de diversión es el moderador al que permanentemente acosan con acusaciones de diverso calibre, que pueden ir desde "Emulo de Catón" hasta cosas mucho menos creativas como "Botón", "Sotreta", "Alcahuete" (Esbirro del Poder es mi favorita). Les encanta sacar de tema a una lista temática a los efectos de que todos al unísono puteen al moderador, unos por permitir mensajes fuera del tema, otros por moderar mensajes fuera del tema. El moderador suele apelar a soluciones radicales como el suicidio.

Caballería de los Intrépidos Galantes.

Se afilian a las listas de correos a los efectos de conseguir fácilmente cientos de direcciones de mujeres a las cuales proponer encuentros de diverso tipo, aunque generalmente los encuentros que prefieren son de carácter venereo. Son un hermandad cuyos miembros suelen conocerse e intercambiar informaciones en cenáculos especialmente creados para tal fin. Rara vez escriben un mensaje a la lista, pero envían cientos de privados a todos los mimbros del sexo opuesto.

Fraternidad de la Puteada Veloz

Entran a las listas nada más que para sacarse la bronca. Se divierten con provocar, insultar o patotear a los miembros que escriben activamente y ellos personalmente no escriben jamás sobre nada que aporte cualquier cosa constructiva. No está en sus planes. Una lista con dos o tres miembros de esta fraternidad, puede pasar en uno o dos días, de plácido vergel a sangriento campo de batalla virtual. Cuando además de la puteada manejan la ironía, pueden llegar a ser sublimes. Claro, para todos menos para la víctima.

Orden de Caballería de los Cruzados de Cualquier Causa:

Sus miembros pertenecen a todas las posiciones ideológicas, deportivas, filosóficas o religiosas. Los une algo que está mucho más allá de esas pequeñas diferencias nimias. Ese algo, son las ganas de convertir todo diálogo en batalla, toda opinión en arma mortal y todo antagonista en enemigo. Entre ellos, pueden estar en desacuerdo en todo, menos en darse con un caño. Si a una afirmación suya alguien contesta: "no, a mi me parece que...", recibirá como respuesta una andanada petulante de improperios combinados con razones. Jamás le ceden a otro la última palabra y parece que el no tener razón, se constituyera en motivo de apostasía y de vergüenza eterna. Si uno es un tipo normal, completamente en sus cabales y razonable, lleva todas las de perder y termina dejando de lado la discusión sin mayores explicaciones, ya que un "bueno, tenés razón" puede ser contestado con un diluvio de frases encarnizadas del tipo "No me des la razón como a los locos" o "me das la razón porque te quedaste sin argumentos, no porque estés convencido de que la tengo", etc.

Cuando se encuentran dos ejemplares de la misma Orden enfrentados en posiciones antagónicas, suele no haber otra solución que moderarlos a ambos o disolver la lista silenciosamente.



II Hermandad de Mercurio



Sus vidas giran alrededor de un Mensajero. Mercurio era el mensajero de los Dioses pero los miembros de la Hermandad, prefieren mensajeros más vanales, como el MSN, el AIM, el Yahoo o el viejo ICQ.

Sus listas de contactos suelen contener a buena parte de la humanidad. Muchos de esos contactos les son totalmente desconocidos y no tienen la menor idea de que hacen ahí o cómo llegaron.

Tener a uno de ellos en tu lista de contactos de mensajería instantanea, suele ser una dura condena. Ni bien abrís tu programa de mensajería, por ejemplo, porque necesitás hablar urgentemente con tu jefe o pedirle plata prestada a tu madrina o avisarle a tu hermana que su marido se rajó con la secretaria para las Bahamas, ellos invaden tu privacidad con una intolerable insolencia, peor aún, cuando es una insolencia inocente. Te saludan con frases estúpidas como "Holiss que tal? (Jamás usan acentos o signos de apertura, seguramente para no perder el tiempo y poder romperte más las pelotas) No tienen nada que decirte, lo importante es decírtelo y son capaces de absorverte completamente y no dejarte pensar en lo que realmente tenías que hacer. Poner en tu mensajero un aviso de "ocupado", "ausente", "En el water" no te servirá de nada contra ellos, ya que ni siquiera se fijan. Tampoco te servirá de mucho bloquearlos de tu lista, ya que seguramente ellos se enterarán y te harán un escándalo ya que tus amigos, conocidos, parientes y hasta el portero, también están en su lista.

La peor variedad de los miembros de ésta orden es aquella que tiene la extraña capacidad de detectar cuando tu computadora está al borde del colapso para justo en ese momento, saludarte de la forma más pelotuda e inoportuna que se te pueda ocurrir y colgarte el sistema, exactamente tres segundos antes de que salvaras (por las dudas, mientras escribo esto desactivé el msn).

Los miembros de la hermandad de Mercurio son inidviduos tenaces que jamás se dan por aludidos, ni se molestan cuando les decís "no jodas más que estoy laburando" o "laputaqueteparió, me colgaste la computadora y me hiciste perder un artículo de 4750 palabras, para decirme que el perro está con diarrea" Ellos se disculparán y se dejarán de joder, hasta dentro de una hora o hasta que tu computadora esté nuevamente a punto de reventar. Eso si, cuando tenés algún problema, siempre están ahí para escucharte y si se puede, ayudarte aunque tengan que romperle las pelotas a toda su lista de contactos (cosa que por otra parte no les cuesta nada). En ese sentido, son imprescindibles y eso les evita el merecido homicidio que uno debería con ellos cometer.



III Cofradía de la Perpetua Cadena y Orden del PPS Pesadísimo.



Le pasan a toda su libreta de direcciones cadenas en forma permanente convencidos de que son terribles originales, sin pensar que ese PPS de 1 Mega que te mandaron, tiene más años que Windows 95, lo viste quince mil veces y es tan pelotudo que te dan ganas de agarrar a trompadas el monitor.

Dos variedades de PPS's acosan a sus víctimas.

Una, la del PPS pelotudo, que consta en algún mensaje kitsch y empalagoso que de solo mirarlo dudas de que la inteligencia humana haya avanzado un ápice en los últimos 60 millones de años. Estas presentaciones terminan con frases tan cursis, como “Un amigo es alguien tan necesario como un arco iris” o “Si crees en Jesús, una luz milagrosa se encenderá en tu corazón”.

No darían demasiadas ganas de matarlos sino fuera porque te llenan la casilla de correo con pelotudeces inútiles, dejando fuera los mensajes de tus clientes a quienes alegremente ese señor llamado “Postmaster” les informa que es imposible que le des pelota a ese negocio de dos mil dólares que esperabas cerrar ansiosamente, porque en este momento te están hablando de Jesús, o cuando tenés una conexión telefónica y terminás pagando oncemil pesos de teléfono bajando megas y megas de presentaciones sobre la amistad que te manda alguien que si realmente fuera tu amigo debería eliminar toda traza de tu dirección de su libreta por siempre jamás.

El otro tipo de PPS, es aquel que contiene alguna broma de mal gusto que te hace considerar seriamente si no es tiempo de eliminar a quien te lo mandó, no solo de tu lista de contactos, sino de la mismísima faz de la tierra. A éste tipo de presentaciones responden cosas tan asquerosas como aquel del chino morfando fetos, o el de la operación del transexual.

Y el más selecto grupo de estos cadeneros, lo integran aquellos miembros, que utilizan el Incredi Mail, por lo cual al natural peso de las presentaciones, hay que añadirle unos cuantos kilobytes más debidos a los fondos estúpidos llenos de pescaditos de colores, plantitas en macetas que si fueran apenas más cursis figurarían en la cortina del baño de una sirvienta de teleteatro mexicano, y algún otro chiche idiota del que cualquier persona inteligente se avergonzaría hasta el suicidio.





IV Capítulo General de Pornógrafos Inoportunos.



Te mandan por correo electrónico, las más asombrosas escenas sexuales que se te puedan ocurrir, al grado que cualquiera de ellas haría sonrojar al operador del viejo cine Luxor. Eso si, jamás te ponen “Cuidado al Abrir” o alguna advertencia por el estilo. Vos estás revisando el correo con el Outlook tranquilamente mientras a tu lado tu hija de siete años le canta el arrorró a la muñeca y tu mujer teje inspirados ochos en un buzo a la vez que mira distraídamente tu pantalla.

En medio de la idílica escena bucólica, tu monitor presenta a los ojos de la familia, una menagge a trois en la que participan una dama, un equino y un sujeto con pinta de Stallone pero con algo más de cara de idiota entre otros atributos.

Vos no sabés si romper el monitor con el termo, apagarlo a toda velocidad o directamente suicidarte, mientras tu hijita se interesa por las actividades del caballito y tu mujer trocó su dulce expresión materna, por una de odio homicida.

Demás está decir que vos jamás le pediste que te mandara semejantes porquerías. Para cuando tu mujer te vuelva a hablar, tu amigo ya habrá olvidado todas las puteadas que le pegaste y estará pronto para enviarte sin aviso, la foto de una orgía en la que participan ocho tipos, tres mujeres y una pareja de osos pandas homosexuales.



V Hermandad de los Pedantes Fotomaníacos.



Constituida generalmente por emigrados por razones económicas, te envían decenas de fotos de sus autos, sus casas, sus perros, sus plantas, su living, sus cinturones, sus calzoncillos, los asados y cualquier otra cosa que se les ocurra vos vas a envidar sanamente.

En general, los primeros cinco días puede que las mires con decreciente interés, pero a partir de entonces, te dan ganas de llamarlo por teléfono y pedirles por favor que agarren la cámara fotográfica y se la metan bien metida donde no les de el flash. El invento de la cámara digital y su popularización han llevado a esta fraternidad a extremos inconcebibles de exageración y son capaces de mandarte una foto por hora de la vista que tienen desde su apartamento en el piso 54, hasta una secuencia con el parto de la gata.

Dos amigos que tengas de ésta cofradía, alcanzan para que maldigas diariamente a Daguerre, Eastman y todos sus sucesores por los siglos de los siglos y que la sola mención de una cámara fotográfica te cause repulsión.



VI Secta de los CyberParanoicos Pero Paranoicos Mismo.



Para ellos Internet es un campo minado lleno de trampas mortales que pueden acarrearles ingentes pérdidas de naturaleza misteriosa.

Siempre están con la atención puesta en la posibilidad de que alguien les hackee la computadora donde tienen guardadas las fotos del nene, la lista de los mandados y el número de teléfono de la tía Gertrudis.

Cuanto mayor sea su desconocimiento de la informática, mayor su pánico. Están convencidos de que un virus puede arruinarles el monitor y la vida, que en cada mail se oculta un enemigo y que a través del MSN, cualquier hacker puede obtener información sobre la cuenta bancaria que por otra parte no tienen ni jamás tendrán.

Se cuelgan de cualquier cadena estúpida de esas que anuncian que Patricia García no es un contacto sino que en realidad es un virus peligrosísimo que hará que tu lector de CD estalle en mil pedazos ni bien la agregues a tu lista, o que la CNN anunció hoy que un virus está causando pánico en Nueva Guinea y que Microsoft anuncia aterrorizada que es el más destructivo que se ha inventado ya que te provoca un cortocircuito en el enchufe haciendo que tu casa quede sin electricidad para siempre y jamás podrás volver a chatear con tu hermana o buscar recetas de cocina.

Cuando reciben una información tan o más estúpida que las anteriormente mencionadas, jamás se tomarán un minuto para analizarla seriamente o para buscar en el Google unquemasnosea una confirmación o un desmentido sobre datos tan poco verosímiles. Por el contrario, enviarán ese dato a toda la libreta de direcciones con lo cual colaborarán realmente con los hackers aportando direcciones válidas de víctimas posibles, y su propia dirección IP que va en el encabezado del mensaje.



Esta no es más que una brevísima enumeración de las extrañas cofradías cibernéticas. Seguramente se me ocurrirán más en el correr de los días.



Germán Queirolo

quol@adinet.com.uy



(Si usté pertenece a la Secta de los Robadores de Textos Ajenos, sírvase por lo menos tener la deferencia de citar la fuente. Pertenezco a la Hermandad de los Intelectualmente Vanidosos)

El Clavo (cuentito con un leve matiz autobiográfico)

Por no ser ni frío ni caliente cualquier dios que se precie me explusaría de su boca.

Cuando joven, creí firmemente
No importaba mucho en qué. Lo importante era creer, sentirme identificado, un ladrillo más en la pared de una causa.
Así participé en la Barra de la Amsterdam, en la Iglesia Adventista, en los Scouts Católicos, en el Partido Socialista de los Trabajadores, en la Federación Ancap, en la protectora de animales, en el Club Social y Deportivo Villa Española y en el Club Social y Deportivo Salinas. Seguí a Falta y Resto por todos los tablados de Montevideo, y como hincha del Paysandú, me enrosqué a trompadas, sillazos y botellazos con los hinchas rivales. Me fui a dedo a Salto y Paysandú siguiendo a la selección del liceo Dámaso Larrañaga, y cuando perdimos en Salto contra Paysandú que tenía un cuadrazo, estuve indeciso entre tirarme al Río Uruguay o regresar a Montevideo e irme a ver las sesiones del Consejo de Estado por una semana a los efectos de terminar de una vez con mi miserable vida.
Cuando junté sellos, no tenía escrúpulos en afanar las cartas de la vecina que asomaban por abajo de la puerte, compraba libros, compraba los sellos que venían en sobrecitos blancos, y tenía el sello con la cara de Francisco Franco en todos los colores del arco iris y hasta la miraba con ternura.
Una vez que se me dió por juntar boletos usados, (tendría unos 15 años) viejaba en ómnibus hasta para ir a la panadería. Juntaba los boletos del piso del bus aunque tuvieran pegado un chicle mascado lleno de pelos negros adheridos. En ese entónces, los boletos de Montevideo estaban divididos en zonas, unos eran rojos, otros negros, otros verdes. Los rojos me eran complicados de conseguir por mi mismo, ya que vivía en la Blanqueada, dentro de la zona de boletos verdes. Así fue que conocí lugares inverosímiles a los que iba sólo por conseguir el boleto. La Cuchilla Pereira, La Curva de Grecia, Villa García, Toledo Chico. Podía correr un boleto contra el viento, chocando contra la gente que venía caminando en sentido contrario y tirándome en palomita como golero en final, contal de conseguir un boleto de la empresa de Omnibus de San Antonio, que eran bravísimos de conseguir.

Todas esas adhesiones y muchas más que no menciono o no recuerdo, me provocaron la misma pasión.

Cuando supe ser hincha de Peñarol, y partícipe de la Barra de la Amsterdam, tenía hasta un poncho aurinegro, una bandera firmada por todos los jugadores, escribía letras para la hinchada como si en ello me fuera la vida, era capaz de entregar a un amigo bolisilludo a las huestes aurinegras con el grito patriótico de "¡Ese es un bolso infiltrado.. lo se porque es mi mejor amigo de la escuela, vivo en su casa y lo considero mucho más que un hermano!, ¡Muchachos, vamo a masacrarlo!!!
Vivía en el apartamento de arriba al de Juan Ramón Carrasco, a la vuelta de la sede de Nacional, y más de una vez me encontré desconcertantemente apedreando mi propia casa con furibunda sed de justicia. Luego participaba de la colecta para reponer los vidrios con alegría y sin notar lo esquizofrénico de mis actos. Sabía que Cataldi perdonaría.

Cuando fui adventista, ni que hablar que no había misionero voluntario más entusasta que yo. Escribía himnos, le desinflaba las ruedas del auto a los católicos, hijos de la Meretriz de Babilonia e incrédulos del Regreso, que no veian porque no querían que de las canillas del baño manaba cotidianamente la sangre aunuciada por San Juan desde Patnos en el libro del Apocalípsis, cuyos versículos conocía de memoria y me deleitaba en la certeza de que ibamos a quedar nada más que yo y diezy ocho adventistas más en el paraiso, mientras en resto de la humanidad de consumía entre las brasas del averno haciendo de amenuenses del Gran Cornudo. (Y no hablo de ningún político en particular). Con tal de no trabajar un sábado, era capaz de renunciar al trabajo mejor remunerado del planeta. Mis recursos financieros eran como siempre escasos, pero no podía recurrir a comer un refuerzo por las dudas de que el fiambre tuviera un cacho de cerdo mezclado. Entre un pan y el otro podía esconderse la condenación eterna.
Durante mi etapa de Boy Scout Católico.. puaaa.
Pegué afiches por todo Montevideo como un desgraciado anunciando el censo del año 75, Me prestaba para las taréas más desagradables y las hacía con una sonrisa, así fuera higienizar al cerdo de la chacra hogar con un cepillo o aburrirme en toda la extensión imaginable durante las guardias en los campamentos. Y todo eso, sin pecar ni con el cuerpo ni con la mente.

Durante mi pasaje por el PST, me hice tan trotskista que el mismo León se hubiera alarmado y me hubiera enviado al siquiatra con urgencia. Me aprendí de memoria "El Manifiesto" y Rosa Luxemburgo ocupaba el sitial en la cabecera de mi cama, que antes ocuparon, la bandera de Peñarol, el crucifijo y la pañoleta de los scouts, el clavo solo, porque los adventistas no adoran imágenes como los paganos, la foto de la Falta, y algunos íconos más de otros fanatismos olvidados. El materialismo histórico no tenía secretos para mi. aprendí que la religión era el opio de los pueblos, el fobal, otro opio más y cualquier cosa que no fuera la revolución permanente, era un engaño del enemigo burgués para distraernos de nuestra obligación de terminar con la infame explotación del hombre por el hombre.
Otro tanto puedo agregar de mis adhesiones posteriores.
Desfilé por 18 de Julio con el baby fútbol del Villa Española cuando los 500 años del descubrimiento, violando todos mis principios anteriores y posteriores, garronié camisetas para el baby fútbol de Salinas, rebajándome hasta lo indecible para conseguirlo, junté socios por toda La Teja para el comedor infantil del Club Progreso, me pelié con los bolches en cada reunión del sindicato, de las cuales no me perdía una, aunque mi mujer estuviera pariendo en ese preciso instante, mientras intentaba inutilmente que me salieran pelos en esa región de nombre desconocido que queda entre el bigote y el mentón, a los efectos de tener una barba candado digna de un militante, cosa en la que la naturaleza jamás quiso colaborar.
Me había convertido en un militante de la militancia.
Mis opiniones eran terminantes que me peleaba con amigos, amantes, novias, compañeros de trabajo. Pero no tenía la menor importancia. Un amigo que no fuera zurdo, era un amigo sino un infiltrado. Una amante que no recitara los versos de la Internacional durante el climáx, era ápenas un complemento insulso del colchón. Una novia que no hubiera conocido en el comité, no era digna ni de tener su número de teléfono escrito en un recorte de papel de panadería dentro de mi agenda. Un compañero de trabajo que no fuera militante del gremio, era un carnero inmundo, infiltrado por los partidos burgueses para desunir el firme haz de la clase trabajadora. Me perdí todos los bailes porque en ellos el capitalismo burgués y las transnacionales escondían su trampa mortal para los jóvenes hijos de la clase obrera.
Un buen día me dí cuenta de que estaba más sólo que Pinochet en el Día del Amigo.
Tanta opinión terminante terminó con mi círculo de amistades. Me quedaban camaradas provisorios, tan presos como yo de las veleidades de la política o de las veleidades del fútbol o de las veleidades de la religión. Y encima es sabido por todos que donde hay tres trotskistas hay cuatro opiniones. Y yo mismo tenía varias opiniones libretadas adecuadamente. Respuestas para cada pregunta. Eso sí, pocas preguntas.
Mi círculo no sólo era estrecho sino que muchas veces cobraba aspecto de espiral. Y yo en el centro del espiral mirando como todo se me venía encima.
Un buen día un compañero muy querido se fue del partido. Otro amigo se hizo hincha de Nacional por considerar que elegir a un hincha confeso de Sporting como presidente de Peñarol era un acto repudiable de entreguismo inadmisible.
Dos amigos convertidos en traidores.
Esa noche, volví a mi casa meditando sobre los ingeniosos argumentos que debía encontrar para expulsar a mi ya casi ex amigos de los rincones que ocupaban en mi corazón. Pero mis amigos se negaba a salir por las buenas.
Volví a mi pieza, miré el clavo único sobre la cabecera de la cama.
Abrí el Capital en busca de una respuesta. Pero Marx estaba curiosamente mudo. Me pareció tener ante mis ojos cientos de páginas escritas por un genio e interpretadas por idiotas.
Abrí la Biblia y los versículos me parecieron una interminable colección de palabras ambiguas, que explicaban todo a fuerza de no decir nada. Me pareció tener ante mis ojos cientos de páginas escritas por algún delirante e interpretadas por más de un vivo.
Desesperado, perdido, sin respuestas caminé torpemente hasta la bibioteca. Alguien, Dios, Marx, Damiani o quien sabe quien debía tener la respuesta. Manotié un libro al azar. el pasillo donde estaba la biblioteca estaba a oscuras. volví al cuarto, me senté en el borde de la cama. El libro elegido era el Diccionario Pequeño Larrouse Ilustrado. Regalo de mi abuela. Su último regalo ya que añ año siguiente murió. Lo abrí al azar con los ojos cerrados, dejé correr mis dedos por la página abierta abrí los ojos y miré la definición bajo la cual mi dedo se había detenido.
agnosticismo (de agnóstico)
1 m. Doctrina epistemológica y teológica que declara inaccesible al entendimiento humano toda noción de lo absoluto y esp. la naturaleza y la existencia de Dios, cuya existencia, a diferencia del ateísmo, no niega.
2 fig. Actitud de una persona o partido político que no adopta ninguna postura ante un determinado problema: ~ político.


Dejé el diccionario panza abajo sobre la cama. Miré el clavo en la pared. Más que un clavo un altar. De él colgaba un banderín de la Cuarta Internacional. Una mancha roja sobre una pared blanca. Tantos íconos colgaron de ese clavo durante mis años de adherente incondicional a cualquier cosa. Colgaban también de ese clavo, invisilbes pero presentes, amigos dejados atrás, oportunidades perdidas, siluetas de mujeres que no fueron, principios y finales. Ese clavo era el cadalso del cual había colgado todo lo que fui, pero sobre todo había ahorcado en él todo lo que rechazé. Y esto último era mucho más.
Cuando la tenaza arrancó el clavo de la pared, arrancó también un cacho de roboque que me cayó directamente arriba de la pata izquierda, descalza por estar arriba de la cama.
Juré que era el último dolor que ese clavo me provocaría.
Pero me pinché con él esa noche cuando saqué la basura.

Comencé a mandarme la puteada de la década.
Desde sus mamotretos inapelables, Dios, Marx y Cataldi, parecieron sonreír burlonamente.

Breve historia de la marginalidad en Uruguay (artículo)

Sobre pesca, pescadores y pescados.
Breve historia de la marginalidad en Uruguay.
Una historia horriblemente real.

Primera Parte.
Detrás está la gente.
 
Había una vez un Uruguay feliz.
Un Uruguay conciente de sus limitaciones, donde pocos pretendían tener más de lo que podían y casi todos podían tener al menos lo que necesitaban.

La Patria funcionaba bien,
En las canchas
y en los pastoreos.
(M. Benedetti)

La gente de ese país confiaba en el progreso lento, las vacas gordas y la guerra salvadora en algún remoto lugar del mundo.
La bonanza, se prolongó durante no demasiados años, pero si los suficientes, como para que dejaran su impronta indeleble en el par de generaciones que la vivió. y las siguientes, que añorarían lo que no vivieron.
Aquel Uruguay hizo su revolución burguesa con la única herramienta que estaba a su alcance, el estado. Y el estado fue puesto al servicio de la gente. Algunos visionarios auguraron que las consecuencias a largo plazo de un estado que crecía acompasadamente a las demandas del pueblo, serían entre malas y catastróficas, según el pesimismo del augur en cuestión.
Pero si analizamos las estadísticas de la época, nos daremos cuenta, que la bonanza que algunos aún hoy, rememoran con nostalgia, partía de premisas económicas muy diferentes. Era gente que escasamente demandaba artículos importados. Muchos no tenían heladera y aún así eran felices, porque tenían la capacidad de comprar la comida todos los días. Otros no pretendían ni por asomo tener un auto en su reputísima vida, pero no les importaba demasiado. El estado les aseguraba la salud, alquilar la casa era barato y los bancos eran generosos a la hora de financiar un terrenito en la playa en cientos de cuotas. Así, la llamada Costa de Oro de Canelones, se fue poblando de casitas más o menos modestas, levantadas sobre paredes erguidas ladrillo a ladrillo por sus propios dueños y rematadas con una planchada solidaria, que costaba poco más que los materiales y el asado.
Y la primera noche bajo aquellas paredes, El y Ella, tal vez de la mano, luego de que los pibes estuvieran cómodamente dormidos bajo el colador protector del mosquitero, soñarían con llegar al Hillman o al Austin A40 que les permitiera llegar a la casita los fines de semana algo más rápido y con menos fatigas que en el tren. Pero no se les pasaba por la cabeza meterse en un crédito para eso.
Compraban en diario todos los días, escuchaban a Isolina Núñez en la vieja radio "capilla" que ya tenía como veinte años y cinco válvulas cambiadas. Lavaban en la pileta de hormigón y un lavarropas Bendix norteamericano, no le despertaba mayores ansiedades a la señora, que cualquier otro lujo que  podía ver en las películas que dos o tres veces por semana la hacían llorar o reír en uno de los cines del barrio.
El Uruguay que añoramos, era aquel donde la gente no pretendía más que lo que podía alcanzar. Las cosas estaban al servicio de la gente, y no viceversa
Y en eso estaba una parte del secreto.
Luego, las vacas gordas comenzaron a adelgazar. En los pastoreos, las cosas ya no andaban tan bien. Ni ahí de bien.
Y en las canchas, comenzamos a desaparecer.
Más o menos simultáneamente, llegaron al Uruguay la primera misión del Fondo Monetario y la televisión.
¿Casualidad? Tal vez.
Pero todo empezó a desbarrancarse en una vorágine destructiva y veloz. El Uruguay de las vacas gordas, comenzaba a licuarse y transformarse en el Uruguay del consumo irrefrenable. Nuestras fronteras se abrieron a las importaciones, lentamente primero, luego cada vez a mayor velocidad. La televisión, cambió los parámetros de consumo de la gente y llevó a cada hogar, el estereotipo yanky de la familia feliz. Y cada vez más gente quiso tener lo que Doris Day y Dick Van Dyke. Y los bancos fomentaron alegremente el consumo y la gente confundió progreso con consumo, Y cada vez más vacas que cada vez valían menos, eran necesarias para sostener el creciente rítmo de la jarana.
Entónces, gradualmente comenzaron a invertirse las cosas. Las fábricas no pudieron sostenerse en pie ante la política de "puertas abiertas" a todo tipo de importaciones. El agro, bajó aún más sus ya bajísimos costos de mano de obra, expulsando gente hacia los cinturones de la ciudad, donde la pobreza humilde de otros tiempos, comenzaba a convertirse en marginalidad. La mismísima moral burguesa, se deterioró rápidamente, y los lazos que por encima de las diferencias de clase mantenían a la sociedad uruguaya dentro de los márgenes de la cohesión, comenzaron a diluírse. El País de la Cola de Paja, citando nuevamente a Mario Benedetti, comenzaba a convertirse en el país del garrotazo cruel.
Las clases sociales comienzan corporativizarse en defensa de sus intereses. El Congreso del Pueblo y la unidad sindical largamente esperada, pero postergada desde siempre por intereses mínimos, son claros símbolos del agrupamiento de la clase obrera. Los productores rurales, nucleados desde los tiempos de Irureta Goyena, así como los principales agentes financieros e industriales, se agruparon a su vez en torno a un presidente que les venía como anillo al dedo, más que nada por una señalada carencia de ideas propias, que incluso podría catalogarse como desinterés ante el los símbolos tradicionales del poder. Luego de tantos años de presidentes "doctores", llegó un presidente "señor" a secas a sacar las castañas del fuego a los poderosos.
Dentro de un contexto internacional fuertemente signado por el conflicto este-oeste, un Uruguay ya de "culo abierto" a las demandas de los organismos de crédito, se sacaba la careta y con profética vocación, mostraba al mundo las consecuencias de la globalización, aún antes sus primeros indicios.
Dos causas para una desastrosa consecuencia:
El cambio de los hábitos de consumo, forzado en cierta medida por el cambio del medio masivo de comunicación predominante, que pasó de la prensa escrita, al medio audiovisual por excelencia: la televisión.
La apertura del mercado interno del Uruguay a la voracidad de los negocios transnacionales, tanto en la banca, como en las finanzas y la industria.
La consecuencia principal: la desaparición de la clase media por corrimiento económico y emigración.
El proceso económico-social se basa en hechos tan sencillos que da vergüenza que hayamos caído tan limpiamente en la trampa.
Mientras que la producción agropecuaria se mantenía estancada desde las primeras décadas del siglo XX, la apertura del mercado interno impuesta por el Fondo Monetario desde la primera carta de intención firmada por el Cr Azzini en tiempos del primer gobierno blanco, luego de 93 años de ostracismo por las buenas o por las otras, para equilibrar una balanza de pagos que nos comenzaba a ser desfavorable ante la Europa reconstruida con la ayuda del Plan Marshall, dentro del conflicto este-oeste que dominaba el mundo, hizo cambiar rápidamente los ejes sobre los que giraba el bienestar nacional. Así fue que comenzamos a transformarnos a toda velocidad de un país donde los “bichicomes” no eran otra cosa que bohemios extremistas a otro donde la marginalidad nos aguarda a todos a la vuelta de la esquina, sin que casi nada podamos hacer a favor de nuestra suerte. Al menos individualmente.








Segunda Parte.

La dictadura militar mezcla tirios con troyanos...  y caga todo mucho más.


El 9 de Febrero de 1973, se produce un golpe de estado militar.
Sectores de todos los partidos políticos, apoyaron el nuevo statu quo. Algo impensable en el Uruguay de las vacas gordas, en el que se produjeron dos quiebres de la institucionalidad política en un lapso de más de 70 años. Pero la fractura principal, no estaba en la institucionalidad democrática sino en la cabeza de la gente, y porqué no, en su estómago.
Voces aisladas como la de Amilcar Vasconcellos, se percataron del insuceso, mientras que el presidente Bordaberry, en el más puro ostracismo interno se debatía en la soledad absoluta de un poder que creía absoluto y que se le vaciaba de entre las manos. Convocado el pueblo a la Plaza Independencia en apoyo de las instituciones, éste faltó a la cita. Y faltó con aviso. Sólo la nula perspicacia política del Bordaberry pudo haberlo expuesto a semejante ridículo. Luego, él alegaría que en base a su nulo poder de convocatoria, se decidió a ponerse él mismo al frente del levantamiento, quebrando los símbolos de la institucionalidad el 27 de Junio del mismo año.
Pero Bordaberry, sólo quebró la cáscara vacía de una democracia carente ya de significados reales, que en los hechos ya había caído entre la indiferencia, cuando no la alegría, del pueblo, que miraba otra cosa por televisión. Probablemente, los Sábados Circulares de Mancera.
Los últimos obstáculos que se le presentaban a los mercaderes del mundo, caían ante la falacia del progreso que encandiló a los militares.
Durante algo más de una década, compramos el obelisco y los buzones, exportamos tornillos para importar destornilladores, fomentamos la pesca y luego la des-fomentamos y no sostuvimos una sola política coherente. Los ideales nacionalistas presentados por los militares en sus comunicados, hechos para la tribuna y el deslumbramiento de muchos líderes de la izquierda, quedaron rápidamente evidenciados como publicidad engañosa. Las organizaciones que la clase obrera había logrado darse y que de alguna manera ponían freno a la pauperización de los trabajadores, fueron desmanteladas con cárcel y exilio. La globalización alcanzó también a los militares y policías, cayendo en métodos de tortura deleznables e impensables para un militar del Uruguay de las vacas gordas. Había esperanza en los pastoreos y desazón en las canchas, de las que Uruguay quedaba vergonzosamente eliminado sin pasar la serie en el mundial del 74 y sin siquiera clasificar en el del 78. A medida que el proceso avanzaba sin casi oposición interna, las vanas esperanzas de exportar productos no tradicionales, se fueron diluyendo en el realismo del mercado libre. Los productos baratos del lejano oriente, arrasaban el mercado interno a precios de dumping y enviaban trabajadores fuera del sistema por millares. Hacia fines de la década del 70, los mismos militares se percataron de que algo no iba bien.
Los tecnócratas a cargo del ministerio de economía, responsabilizaron rápidamente a el dirigismo con el que se manejaba la política cambiaria y al peso del estado y las empresas públicas, manejadas estas últimas, con criterios peregrinos entre los que sin orden ni concierto se mezclaban los parámetros cuertelarios con un intento algo anodino de preservar las joyas de la abuela, pero sin sacarles brillo, sumiéndolas por ende en un estados deplorable de atraso tecnológico, que preparaba el campo a las futuras privatizaciones, que los políticos de la nueva generación intentarían llevar adelante. El endeudamiento externo de la república, comprometía 345 años de exportaciones y eso si no nos iba mal y los militares se miraban unos a los otros con expresión patética, preguntándose dónde radicaba el error cometido, mientras Arismendi, Vegh Villegas y los demás tecnócratas, se frotaban las manos ante la coyuntura. A su debido tiempo, los organismos internacionales de crédito, eufemismo que significa “los chupasangres arrasadores de toda soberanía y explotadores de indefensos”, los recompensarían debidamente.
La marginalidad, ahora sí, comenzaría a cobrar cuerpo entre los desechados por el sistema. ¿Quiénes eran?
Principalmente, en esta etapa, fueron esencialmente personas del interior de la república, donde las fuentes de trabajo, dependientes en buena medida de las antiguas políticas de sustitución de importaciones, así como la de “exportemos cualquier cosa” que los militares implementaron de cualquier manera durante algunos años y que abandonaron al informarles los tecnócratas que resultaba incompatible con las demandas del Fondo Monetario y con el propio esquema económico interno, donde el costo de la mano de obra resultaba altísimo aún, en comparación con su similar del Lejano Oriente, o aún del vecino Brasil. Esa gente, expulsada de los pueblos y ciudades de toda la república, sin otra fuente de trabajo que el cuartel o la comisaría, comenzó a llegar en andanadas imponentes al sur, donde el boom de la construcción en Punta del Este y Montevideo, les amortiguó la caída en el cantegril que les hubiera esperado sin duda, de no haber sido por el exceso de dinero fácil en Argentina. De todos modos, la caída fue retrasada, mas no evitada. El cantegril los esperaba al final del camino neoliberal emprendido desde los sesenta.
Las características de la marginalidad de entonces, diferían esencialmente de las actuales. La principal diferencia radicaba tal vez en la esperanza. Aquella gente que llegaba a Montevideo con una mano atrás y otra adelante, presumía que su situación era transitoria, pasajera. Ignoraba aún que el proyecto neo liberal los condenaba al exilio interno para siempre.
Otra particularidad que debemos mencionar sobre la marginalidad a principios de la década del 80, es la ubicación geográfica de los no llamados todavía “asentamientos”. La localización de los mismos, generalmente podíamos hallarla en las cercanías de las fuentes de trabajo. Habían entonces importantes conglomerados habitacionales de cartón y chapa, en las proximidades de la fábrica de Pórtland, en las cercanías de las curtiembres de Nuevo Paris, etc.

Las viviendas “evolutivas” y la involución de los expulsados.

A su vez, dentro de una política habitacional urbana llevada a cabo por los militares, aparecen las llamadas “viviendas evolutivas”. Por mal nombre, ya que más bien por el contrario, fueron absolutamente “involutivas”. En esos conglomerados humanos, comenzará paulatinamente a crearse una nueva óptica del mundo.
Se generará allí dentro, antes aún que en los cantegriles típicos, un nuevo conjunto de normas morales, éticas y sociales, que serán típicas de la marginalidad. El menosprecio por el trabajo, la desvalorización de la vida humana, y la franca hostilidad hacia el “gil laburante”, el tipo cualquiera que va a hacer 8 o más horas a la fábrica para ganarse el pan con otra cosa que no sea el “choreo”. Ese conjunto de des-valores, que hasta entonces estaba limitado a un ambiente muy cerrado, vinculado al cantegril, la cárcel, y algunos conventillos de la Ciudad Vieja, se expandiría por contagio, gracias a la mítica inclinación de los militares, de improvisarlo todo … y mal.
Indudablemente, los militares tenían una espléndida e inaudita capacidad para que las cosas les salieran pal orto.
Producto de la improvisación y la visión mesiánica y rígida de los fenómenos sociales, acrecentaron lo que querían combatir. Las viviendas, que en principio fueron al menos dignas, en Cerro Norte o Villa Española, el Borro o Los Palomares, se convirtieron rápidamente en polos de marginalidad social, que ya no económica.
Gente que no sólo no quería pescar, sino que ni siquiera tenían la intención de saber como es una caña. Mientras un importante contingente humano escapaba de la alienación social mediante mecanismos sociales auto gestionados, como las cooperativas de vivienda por ayuda mutua, aquellos que recibieron la beneficencia del estado, no pudieron elegir a sus vecinos, ni depurar de alguna manera sus núcleos vecinales de elementos marginalizados.
El proceso de expansión de la visión marginal, no fue instantáneo, pero si fue veloz en términos sociales. Los primeros ocupantes de los conjuntos de viviendas evolutivas, separaron por ellos mismos las aguas rápidamente. Los “giles laburantes” se mantuvieron apartados en la medida de lo posible de los vecinos que vivían del choreo.
Pero una vez más, la fuerza de las circunstancias se impuso. Aquellos chorros, todavía conservaban una cierta “ética” originada en los estertores del Uruguay de las vacas gordas. No robaban en el barrio, le tiraban con algo a algún vecino que estaba en la mala, por despido o por desgracia nomás, y sin llegar a ser “robin huses” ni mucho menos, aceptaban ciertas normas mínimas de convivencia, que hicieron que la barrera que en principio dividía a los chorros de los giles, se fuera poco a poco diluyendo.
Y cuando un tipo formado en el trabajo honesto, acepta como normal que su vecino “labure de chorro”, comienza él mismo a ser un marginal, sin apenas percatarse de eso. La distorsión de los valores cotidianos y la aceptación de lo socialmente rechazado, por la mera fuerza de la costumbre, es la puerta de entrada a un túnel del que difícilmente se retorne.
Cuando los hijos de los chorros y los hijos de los laburantes, jugaron juntos, concurrieron a la misma escuela y compartieron los misérrimos cumpleaños, comenzó a perderse completa la generación siguiente.

“-Vo, Jorge, tengo que ir a timbrar en un par de casas, pa ver si hay gente así mi viejo puede ir a patearles la puerta… ¿Me acompañás?-”
“-Perá que le pregunto a mi vieja..”, “mamá, ¿Puedo ir con el Cacho a “timbrar” un par de casas?”
“-Andá, pero no vengas tarde, todavía no hiciste los deberes-“

Una realidad que por penosa, no deja de ser objetiva.
Hacia el año 85, mientras el Uruguay entero festejaba el retorno a la Democracia, miles de personas ya eran moral y éticamente marginales, y tenían una visión distorsionada de las normas de convivencia. El espíritu y la mentalidad de Ghetto estaba completamente establecida en amplias capas de las clases más empobrecidas y débiles, encerradas dentro de zonas geográficamente delimitadas y expandiendo la violencia y la delincuencia como una mancha de aceite se expande sobre el agua.
La primera generación, tal vez hubiera podido salvarse con políticas adecuadas, conciencia y auto ayuda.
Para los jóvenes y adolescentes nacidos en la marginalidad de los cantegriles “evolutivos” y sus vecinos asentados de cualquier manera en la proximidad de los arroyos, o de las fábricas cerradas, el futuro pintaba mucho más oscuro. Criados en valores erróneos, entrando y saliendo del sistema penitenciario o de los jaulones del INAME, el futuro consistía en más de lo mismo. Más cárcel, más represión, enfrentamientos entre bandas de otros “cantes”, vino tinto cortado con gaseosa y todas las drogas que pudieran conseguir y consumir, principalmente cemento de contacto, hasta que una bala pusiera al fin, coto a tanta nada consecutiva.
La democracia entrante, en vez de mejorar las cosas, las empeoraría.


Tercera Parte.

Nos habíamos amado tanto…

El 28 de noviembre de 1983, al pie del Obelisco, más de cuatrocientos mil uruguayos abríamos el corazón a la esperanza.
Entre los múltiples carteles que poblaban la calle Ponsomby aquella calurosa tarde de primavera, podían verse, por ejemplo, el de los obreros de CODARVI, o de Cristalerías del Uruguay, del Sindicato de ONDA o el del Sindicato de FUNSA.
Estos obreros y tantos otros, abrían el corazón y esforzaban la garganta, aclamando a un estrado integrado por representantes de todos los partidos políticos sin exclusiones.
Los aclamados de ayer, serían sus cocineros del mañana.
La Concertación Nacional Programática, integrada con representantes de los partidos políticos y la organizaciones sociales, no sería más que la herramienta utilizada por los neo liberales para ganar tiempo y evitar confrontaciones sociales. Los trabajadores que querían sus cañas, en realidad se tragarían el anzuelo. Cuando se desayunaron y se percataron de que el proyecto neo liberal de Arismendi y Vegh Villegas, estaba en democracia más vigente aún que dictadura, Julio María Sanguinetti, Presidente de la República hizo gala de la mayor sangre fría a la hora de enfrentar a los trabajadores. Toda la habilidad negociadora puesta en juego para proporcionarle una salida digna a los militares, fue dejada de lado a la hora de aplastar cualquier movilización de los trabajadores. A su debido tiempo, se vanagloriaría de no haber perdido ninguna huelga.
Contrariando todas las promesas firmadas de su puño y letra en la CO.NA: PRO, Sanguinetti estableció una política ferozmente neo liberal, desmantelando aún más los restos del aparato industrial, empujando a miles de trabajadores hacia el desempleo. La pauperización en la que cayó buena parte de la clase trabajadora. El boom de la construcción, que se detendría abruptamente, no amortiguaría esta vez la estrepitosa caída en el desempleo de aquellos trabajadores que eran expulsados de sus fábricas. En los entretelones del poder, se había decidido reconvertir el país. Y la reconversión traería aparejada, la marginalización de unos cuantos miles de trabajadores más.
Los índices de delincuencia comenzaban lentamente a ascender. Algunos barrios de Montevideo comenzarían a perfilarse como zonas rojas, y la prensa de la derecha acusaría al gobierno democrático por el aflojamiento de la seguridad en las calles. La realidad era muy distinta a las apariencias. Con la llegada de J:M. Sanguinetti al gobierno, se había realizado una importante liberación de presos comunes, en el marco de protestas carcelarias y revisión de los procesos escasamente válidos desde el punto de vista jurídico que había llevado adelante durante años una justicia regida desde el Poder Ejecutivo a través de un ministerio que desaparecería en uno de los primeros actos administrativos de la restablecida legalidad. Mucha gente, achacaría a esta masiva liberación de convictos, el incremento de los índices de criminalidad, pero esta no era toda la verdad, apenas si era una breve parte de la realidad. La criminalidad fue más que nada, el fruto de la rotura del tejido social, el desgarro en la tela de la sociedad, por donde escaparon los más infames vicios sociales, y por donde desahogaban los menos privilegiados de entre los más infelices, toda la frustración y la decepción de ver como se les cerraban en las narices, las puertas a toda ilusión. Agravamiento de las penas existentes, creación de nuevas figuras penales, marginación de los penados, sacándolos de prisiones medianamente céntricas para trasladarlos ca cárceles que quedaban a media cuadra del culo del mundo, penando junto con el procesado, a toda la familia que debía hacer ingentes sacrificios para visitarlos, fueron algunas de las creativas soluciones que encontró el sistema para combatir el flagelo de la criminalidad. Flagelo, que estadísticamente hablando no era tal. El incremento de la criminalidad, fue también un golpe propagandístico del sistema político y se sus aliados en los medios de comunicación. Estadísticamente, no fue significativo el aumento en el número de procesos penales, aunque sí puede detectarse una variación en la calidad de los delitos cometidos. Figuras delictivas como el copamiento, poco comunes durante los años anteriores, se hicieron más frecuentes. La drogadicción fue además un factor distorsionarte que agravó la crueldad de los delitos cometidos. Bajo los efectos de la droga, se hizo más fácil romper con los viejos códigos criminales, El asesinato, estuvo al alcance de muchos ladronzuelos cobardes, que sin estímulos artificiales, se hubieran dedicado a “patear puertas” o a “hacer cuerda”.


Tercera Parte.

Después del 90. La reconversión. Menos para más.

A partir del gobierno del Dr. Luis A. Lacalle, el Uruguay entra en una paulatina reconversión de las estructuras productivas. El fenómeno se refleja incluso, en la disminución de la incidencia de las exportaciones tradicionales sobre el total. La incidencia de las exportaciones de los rubros tradicionales durante la década del 90 se fija en el entorno del 30%. Las exportaciones se diversifican y eso debería repercutir positivamente en la estructura económica de la sociedad. Pero por múltiples motivos, no fue así.
Muy al contrario, los sectores económicos priorizados, se mostraron ineficientes a la hora de generar fuentes de empleo y más aún, alguno de ellos, como por ejemplo, el informático, absolutamente regresivo en la distribución de los ingresos.
Los ejes del reordenamiento de la producción, pasaron por tres sectores:
El turismo, (hotelería, gastronomía, transportes y servicios anexos)
Servicios y productos vinculados al sector financiero.
Tecnologías de la información y las comunicaciones.
Sectores agropecuarios no tradicionales. (lechería, vinos, producciones pecuarias diversas y forestación.)
De todos los rubros mencionados, tan sólo el mencionado en último término, se mostró capaz en alguna medida, de recuperar algunos de los puestos de trabajo cedidos por una industria en franca decadencia, carente de créditos y endeudada con el sector financiero.
No es mi intención aburrirlos ni abrumarlos con estadísticas. Pero vaya un ejemplo
En la década del noventa se perdieron el 48 por ciento de los puestos de trabajo en la industria.
En cifras. 91.052 puestos de trabajo en el sector industrial se perdieron.
En el mismo período, las exportaciones de software por parte de empresas uruguayas pasaron de 250.000 dólares a 79.000.000.
¿Saben ustedes aproximadamente cuantos puestos de trabajo generó el sector en ese período?
¿Nooo? Se los digo: 1000 (mil).
Se estima, según datos del INE, que de esas 1000 personas, 30 son sus propietarios.
Si eso no es regresión en la distribución de la torta.. ¿Cómo llamarle entonces?
Pero no es el mencionado el único factor negativo, no vayan a creerse que termina acá.
Lo peor de todo es que el empleo que generan los sectores priorizados está destinado a cubrir las necesidades de trabajo de determinada clase social, se ha perdido totalmente la vieja y muy batllista igualdad de oportunidades.
Los ingresos medios de los hogares uruguayos, ascienden a aproximadamente $12.100.
Supongamos una familia tipo (Que en realidad, no es la familia tipo del sector marginal, sino la de la clase media, o lo que queda de ella). Dos adultos y dos hijos.
La asistencia a cursos de inglés y computación, que son básicos para el acceso a los puestos de trabajo generados por la reconversión, les insumiría una tajada de no menos de 5500 pesos de sus ingresos. No estoy exagerando un carajo. Así es. Estudiar inglés en un instituto serio y moderadamente bueno, no sale menos de $1000 por mes. El aprendizaje de la informática insumirá cifras algo mayores. Pero de puro tímido, digamos que la cuota mensual esté en el entorno de los $1250. ¿Es necesario que saque las cuentas y les diga lo que queda para alimentación, transporte, servicios públicos básicos, etc? No jodan. Hagan algo ustedes.
De aquí a quince años, si no menos, cualquier uruguayo que no cuente con los conocimientos básicos de inglés y computación, quedará absolutamente fuera de el acceso a cualquier empleo que le permita ingresos tales como para mantenerlo a flote en la clase media.
Cantegriles.. ¡Apróntese que allá vamos! La marginalidad espera a nuestros hijos sin que quepa la menor duda por simple cálculo matemático.
Las perspectivas laborales que nos devienen, implican necesariamente conocer ciertas técnicas de “pesca”, además de tener con nosotros “la caña de pescar”.
¿Quién nos enseña a pescar? ¿Qué le enseñan sobre pesca a nuestros hijos?
Los programas de Educación Primaria, omiten la enseñanza del idioma inglés hasta sexto año. Las carencias en lo que se refiere a la enseñanza de las reglas ortográficas del castellano y la insistencia en no corregir las faltas de ortografía a la espera de que se vayan solas, como si en vez de problemas de aprendizaje, se tratara de una virosis, hacen que la enseñanza del inglés tanto en la escuela como en la secundaria, sea una pesadilla para los docentes, que deben enseñar en primera instancia la gramática castellana, al menos como para que sus alumnos sepan que cuernos es un verbo, un adverbio o un artículo.
En cuanto a la informática.
¡Ay Dio! Se enseña informática en los liceos (no en primaria o al menos no en todas las escuelas) que llevan adelante la Reforma Educativa de mi tocayo Germán Rama. Esos alumnos, tienen el privilegio de disponer dos veces por semana una computadora del año 95 o 96, con DOS y Windows 3.11, probablemente la única licencia en la que pudo invertir el estado.
¿Patético? El calificativo queda corto.
Esos son los cursos de pesca que suministra el estado a nuestros hijos. A los tuyos hermano, a los míos. Mañana, les dirán que ya les enseñaron al pescar, y los largarán en el bote. Luego, se quejarán porque el mar, empecinado, les niega la comida, y los acusarán de vagos, incapaces, irresponsables. O simplemente, comprenderán los jóvenes que toda esperanza es vana.
Emigrarán, o se marginalizarán. Es lo que hay.
M’hijo el hotelero parece ser el sueño de los padres de hoy. Pero para ingresar en las escuelas de hotelería la demanda supera ampliamente la oferta. Otro tanto ocurre con los cursos de técnico en informática de la UTU. Para ingresar, tenés que tener terrible suerte. Los lugares son pocos, la demanda enorme. Como en la vida.
Las cifras del Uruguay en vías de reconvertirse hablan por si solas.
Mientras que la población creció en la última década en unas 300.000 personas, el número de alumnos escolares descendió en aproximadamente 1000.
El número de menores ingresados al INAME era en 1990 de 8335.
En el 2000, la cifra había ascendido algo. Poca cosa .. 66.000.
No te refregués los lentes con el mantelito del mouse, leíste bien. SESENTA Y SEIS MIL.
Seguramente, ninguno de ellos sepa un carajo de inglés o de informática, sino tienen la suerte de ser acogidos por una familia algo privilegiada, digamos con un ingreso medio que triplique el ingreso medio, serán los próximos en agregarse a los cantegriles, junto con mis hijos, y los tuyos.
Y como se reproducen además los marginales. Los conejos son tímidos animalitos comparados con ellos, Veamos algunos numerillos más.
El crecimiento poblacional del Uruguay es del 0.6%, poca cosa, digno de los países desarrollados. Pero hete aquí, que el 50% de los niños que nacen, tienen la poca visión de hacerlo dentro del 16% de los hogares más pobres. ¿No son tontos esos bebés? No, no lo son. La marginalidad tiene sus propias reglas y sus propios códigos.,
Tener muchos hijos, da prestigio a las mujeres dentro del ese ambiente con sus propios códigos, diversos de los del resto de la sociedad.
Según nos narra el Anuario 2001 del diario El Observador, era común entre las mujeres de los asentamientos de Montevideo, expresar su orgullo por tener 8 o más hijos. Cada uno gana prestigio como puede.
Por otro lado, mientras que para una familia que no tiene los valores distorsionados, los hijos acarrean automáticamente egresos económicos de cierta importancia y un compromiso con el futuro, esto no se percibe como problema dentro del ambiente marginado.
Los hijos, generan más bien ingresos a sus hogares. El “requeche”, puede ser encarado por niños de cinco o seis años, la limpieza de los vidrios de los coches en los semáforos, la venta de estampitas o curitas en los bares está al alcance de cualquier chiquito, debidamente estimulado con un par de patadas en el culo. La Asignación Familiar, les asegura un ingreso fijo por cada hijo, que no les resulta despreciable. La leche de teta propia, viene incluida con una, así que tampoco sale nada. Todo ganancia.
Y no es que considere que esas madres, son simplemente mujeres sin escrúpulos, explotadoras de sus hijos. No es así. Son mujeres realistas, que toman para sobrevivir, las herramientas que tienen a mano. Además, están exentas de la preocupación por el futuro que nos aqueja a los demás. El futuro de ellos es negro, negrísimo, con tanto sea con muchos hijos como sin ellos. Pueden, con pocos hijos y mucha suerte, aspirar a un trabajo de limpiadora, que las hará abandonar su hogar, sus amigas y sus hijos, por varias horas, insertándolas forzosamente en un ambiente extraño y por demás hostil, por unos pocos pesos, que en definitiva no cambian nada. Tener hijos por docena, es más cómodo y menos oneroso. De negarles el futuro, ya se ocupó el sistema.
El 40% de los niños nacen en hogares que están por debajo de la franja de pobreza.
Las madres adolescentes constituyen un fenómeno absolutamente normal en la marginalidad. Y de ellas, sólo el 16% tiene pareja estable. Más aún, está demostrado estadísticamente, que una madre adolescente que pare un hijo antes de los 14 años, volverá a dar a luz antes de que termine su adolescencia.
Siete de cada diez madres adolescentes no ha terminado la escuela primaria. Más de 600.000 niños viven debajo de la línea de pobreza, 60.000 por debajo de la línea de indigencia. Mal educados, mal nutridos, expuestos a carencias de índole sanitaria que se agudizan con la crisis de la Salud Pública. ¿Estudiarán inglés y computación? ¿Serán un día programadores u optaran por ser recepcionistas en un hotel?
El Uruguay de hoy, está condenando a la indigencia y a la marginalidad a no menos del 60% de los niños que nacen hoy. Es un hecho matemático. No se trata de interpretación política. Las datos estadísticos no tienen color partidario. Si tiene color partidario, tal vez, el que haremos con ellos.
El gobierno del Uruguay, ha optado claramente por el país de servicios. Los peces están ahí, y el turismo se duplicó en una década.
Pero las cañas de pescar están a precios prohibitivos, y ni hablar de un curso de pesca, directamente inaccesible.
En el Uruguay del futuro, no hay lugar para tus hijos ni para los míos. Y no lo hay porque así se ha decidido concientemente. No se trata de un accidente, como las granizadas, ni de imprudencia como el brote de fiebre aftosa. Ni siquiera se trata de la ya legendaria mala suerte del Presidente Batlle. Se trata de una decisión meditada. Alguien o muchos, han decidido, prescindir de cómo mínimo dos generaciones completas de uruguayos “sacrificables” en aras de un futuro próspero. O que vislumbran próspero. Próspero para los sobrevivientes a la reconversión.
Los que tengan la suerte de no convertirse en marginales.
Los que tengan la suerte de no ser asesinados por los marginales.
Los que hayan tenido la suerte de nacer en es mínimo número de hogares uruguayos que tienen ingresos mucho más altos que el promedio, y que por ende, habrán podido educar a sus hijos para el futuro promisorio que no tendrán los míos.
Para aquellos que pueden pagar una educación privada, será próspero el futuro, siempre y cuando, las condiciones no se degraden aún más y ya no alcance con computación e inglés para ingresar al circuito laboral, por ahí, dentro de diez años, se necesita algo más, .. por ejemplo, electrónica, o chino. Como están hoy las cosas, es algo imprevisible.
A los que ya cayeron en la marginalidad, les queda el magro consuelo de que seremos muchos más en un futuro muy próximo.

Después de tanto diagnóstico, algo de futurología

Hay un futuro posible, en él, unos pocos vivirán entre rejas, presos en sus propias casas, vigilados con cámaras y guardias de seguridad, sus hijos no conocerán el placer de jugar al cordoncito en la vereda ni de remontar una cometa. Como mucho, podrán diseñar una cometa virtual con el Corel 13 o el 19, quien sabe por que versión andará para entonces, y la remontarán en el monitor, debidamente sectorizada en Flash. Llevarán una vida, que a nuestros abuelos, del Uruguay de las Vacas Gordas, les parecería de ciencia ficción. Jugarán al sol en vacaciones, o puede que en el patio del colegio, eso si al patio no le da sombra a la hora del recreo. Sus padres, saldrán del garaje de su casa en el coche, para llegar al garaje del trabajo y temblarán de pánico en cada semáforo. Y lo más extraño, será que no se darán cuenta de que están encarcelados. De que son una minoría privilegiada en medio de un marasmo de miseria que los mira pasar con odio extremo. Considerarán que tienen la sartén por el mango, sin saber que ellos no son más que el mango, y que la mano es de otros y que la sartén es el hervidero de marginales que les rodea. Y que cuando el aceite esté lo suficientemente caliente, es seguro que salpicará.
Muchos miles, libres, hambrientos, sin más códigos que el de la supervivencia del más fuerte y sin el más mínimo aprecio por la vida ajena, los depredarán y serán, de vez en cuando, muertos en el intento. Los marginales transformados en jauría, atacando indistintamente a las ovejas y a los pastores del nuevo orden.
Y matando a tu hijo para robarle la campera.
Ese día, si es que llega. Si es que no hacemos algo urgente para evitar que llegue, se habrán invertido las premisas. Los marginales serán como siempre los menos y los más, aquellos que posean la moral predominante en la sociedad. Los marginales de entonces, serán propensos a terminar entre rejas como siempre lo fueron, sólo que las rejas serán las de sus propias casas.

El nuevo rostro de la marginalidad en los años 2002 y 2003
He visto al enemigo… ¡Y somos nosotros!

Luego de la crisis bancaria de agosto del 2002 que arrasó con buena parte de la escasa clase media que había dejado 40 años consecutivos de lo mismo, la marginalidad ha adquirido un nuevo rostro.
Si se quiere, se ha tornado más democrática. Se salió de su cauce anterior, limitado a los cantegriles, núcleos evolutivos y asentamientos y campea por los barrios. Toca la guitarra en los ómnibus y vende pastelitos de dulce de leche puerta por puerta. El sueño artificial del plástico de la tarjeta de crédito esta llegando a su fin. La base de datos de morosos del Clearing, se ha hecho tan extensa como la guía telefónica, y a fuerza de su propia generalidad, está perdiendo significado. Los usureros miran desconcertados pensando a quién mierda prestarle plata, si todo el mundo debe. La gente renuncia al teléfono, al celular, a la televisión por cable, al sistema de salud. Y lo mejor de todo es que se caga de la risa. Y en esa risa, nacida del desconcierto y la desazón, está la marginalidad nueva y perfeccionada del tipo común.
No hay estadísticas disponibles del fenómeno.
Tal vez, sólo los sociólogos se percaten del nuevo rostro de la marginalidad.
Pero sin duda, nuevos códigos éticos, están invadiendo al ciudadano uruguayo medio.
Ese que ya no se muere de vergüenza si le cortan la luz o el agua, y en cambio proclama a los cuatro vientos el hecho de haberse “colgado” de los cables de la luz.
O la delincuencia de bolsillo, de acostar, pinchar o violentar de cualquier manera el contador de la corriente eléctrica e intercambiar “recetas” con los vecinos.
La marginalidad está en cambiarse con las vecinas y compañeras de trabajo, recetas de cocina inverosímiles hechas con cáscara de papas, o con tallos de espinaca, o con cualquier cosa barata, que le hubiera dado vergüenza a un bichicome hace pocos años. De pasarse la ropa unas a otras, de vender la ropa que ya no usamos en las tiendas de segunda mano, sin llevarla a escondidas.
La marginalidad de reconocer que tus hijos perdieron el año por faltas al no tener dinero para concurrir a los centros de estudio, cosa muy frecuente en el interior, donde no hay boletos gratuitos.
La marginalidad de hacer dedo en la ruta, de pedir prestado para el ómnibus o la leche.
De comprar pañales sueltos, cigarrillos sueltos, aceite suelto.
De proclamar a los cuatro vientos su entrada al Clearing, la rotura de las tarjetas de crédito, la confiscación del auto.
El hecho de que nos hayamos adaptado a todo esto, es una clara muestra de marginalidad. Los códigos de nuestros padres están cambiando. Ahora se impone una forma cruda y descarada de exhibicionismo de la miseria. Y de aceptación. Una vez que la gente empieza a hacer chistes con su propia desgracia, habrá des-dramatizado el hecho, lo habrá asumido como cotidiano y socialmente aceptable. Y la miseria, que avergonzaría a nuestros padres, se ha hecho aceptable para nosotros. Y más aún para nuestros hijos.
Se acerca el día en que nos alcanzará con comer todos los días, tener luz y agua, y poder mandar los hijos a estudiar para ser felices. ¿No les suena conocido?

Epílogo.
Hay otro final posible.

Uno mejor.
Habrá una vez un Uruguay feliz.
Donde la gente volverá a conformarse con lo que tiene y lo que puede. Y donde casi todos tendrán al menos lo básico.
Un país de vecinos charlando en el jardín o la vereda, bajo la luz del sol, con el termo bajo el brazo
Sin tarjetas de crédito, ni usura ni usureros.
Donde comer todos los días será motivo de satisfacción suficiente, como para que alcance eso para ser feliz.
La nueva marginalidad, nos lleva día a día a nuestros orígenes.
Ese día, las puntas de la historia se habrán juntado.
La lección del consumismo habrá sido dura, pero tal vez la hayamos aprendido para siempre, como aprendimos al fin, a valorar la Democracia.
Tal vez entonces, la Patria volverá a funcionar bien.

Que así sea.
Amén.

Germán Queirolo Tarino.
Diciembre de 2003.

Fuentes consultadas:
Instituto Nacional de Estadísticas. http://www.ine.gub.uy
Anuario 2002 de El Observador
M. Benedetti. “El país de la cola de paja”
Computer Press. http://www.cp.com.uy

Pánico escénico (cuentito autobiográfico)

Yo no he estado demasiadas veces donde debí. Y si estuve, es muy probable que haya llegado tarde, y si por esas remotísimas casualidades, llegué en hora, lo más probable es que se haya suspendido.
Por ejemplo, supe no estar en el acto de fin de año de sexto de escuela, donde debía realizar un papel protagónico de mariachi en un corrido mexicano con el que alguna maestra había decidido, mortificar a los presentes. Si bien el canto ha sido siempre uno de mis débiles, probablemente el más débil de todos mis débiles. el tono estereotipado del mexicano me salía muy bien, de tanto escuchar canciones de Jorge Negrete que mi abuela me encajaba día y noche en el tocadiscos. Ella tenía la extraña costumbre de escapar de la nostálgia zambulliéndose de lleno en la misma, truco que, he descubierto cono el tiempo, no es tan inverosímil como aparenta. Ni tampoco tan raro.
Conseguir ese papel de mariachi me costó un buen esfuerzo. Ardía de ganas de representar el papel de mariachi, más que nada a los efectos de permanecer entre bambalinas. No era por modestia ni por ansias de segundo plano. Nada de eso. La niña de mis amores, actuaba de "violetera" un número antes o despúes, y ya con 11 años, tenía bien claro lo fundamentales que son los rincones tras el escenario para los menesteres del amor. O sea que me propuse firmemente conseguir el papel de mariachi. A como diera lugar. No me quería perder las bambalinas por nada del mundo. Decidí presenciar los ensayos para buscar un punto débil que me permitiera colarme en la breve obra. Lo encontré. Uno de los mariachis, no sólo era un pésimo mexicano sino que encima era uno de esos bravucones idiotas que se cruzan en la vida de los pobres y débiles desgraciados como uno. El patio de la escuela, puede ser el escenario de tragedias personales patéticas cuando te topás con un zocotroco de esos con los que es imposible razonar ya que están convencidos de que el cerebro es un accesorio de lujo en su carrocería pesonal.
Luego de estudiar debidamente las debilidades del enemigo, decidí que cualquier intento de apoderarme del papel en presencia del animalito en cuestión, podría catalgado con cualquier calificativo comprendido entre "masoquista" y "suicida" ambos extremos incluídos. El urso desplazado de su rol de mariachi de utilería, me despedazaría en cuestión de minutos. La flaca estaba buena, pero la bestia era muy grande. Debía actuar con inteligencia.
Me senté en un banco del parque, y me puse a jugar a la payana solo. Normalmente, el distraer la mente de su objetivo principal, me daba buenos resultados a la hora de reflexionar. El problema radicaba principalmente en que el troglodita no supusiera ni por un instante que la causa de su remoción del elenco tuviera algún vínculo con mi persona. Que culpara de ello al destino, a la mala suerte, a los católicos, a la directora escénica o su propia incapacidad histriónica. A cualquier cosa o coso, menos a un servidor.
Un abanico de posibilidades no demasiado amplio se abría ante mi. Algunas eran tan delirantes que las descarté casi al instante. Claro, a los once años es difícil utilizar la imaginación como herramienta sin que esta se dispare hacia el unverso del disparate. Aplicando una cierta dósis de realismo, llegué a la conclusión de que envenenar al paquidermo no era viable, así como tampoco lo era enfermarlo de algo largo y doloroso, hacerlo expulsar de la escuela, fracturarle algún hueso del cuerpo mediante un procedimiento remoto o provocarle una oportuna afonía. En realidad no se mo ocurría nada siquiera remotamente plausible. El urso se interponía entre mi amada, los bastidores y yo como una barrera infranqueable. En ese momento, por una de esas malditas casualidades de las que uno jamás está libre, pasó por delante del banco donde yo payaneaba y pensaba, la directora de la obra. Mi boca se abrió sola y lanzó un saludo cortés a la docente, con impecable acento mexicano. Antes de que pudiera siquiera creer en mi mala suerte, ya había sido designado para sustituír al mastodonte en la obra.
Citado al ensayo del día siguiente, ahora buscaba desesperado una salida fácil para evitarme una muerte difícil. Los métodos de mutis concebidos un rato antes para el enemigo, eran rápidamente replanteados, pero con un escencial cambio en el sujeto. Ahora era yo el que necesitaba urgentemente enfermarme de algo largo, y si fuera posible, no tan doloroso.
Cuando al otro día el cavernícola se encontrara cesante de todo histrionismo, me vería enfrentado a una carrera mortal que más allá de toda duda terminaría con mi derrota inapelable... y alguna fractura.
Inútil totalmente. Mi mente se negaba a razonar. Las piedras de la payana se me escurrían entre los dedos. El corazón me palpitaba de pánico. Los daños a los que me había hecho suceptible por haberme interpuesto entre el zafio sujeto y su nacida muerta carrera de actor, eran de inimaginable magnitud. El tipo pesaba como ochenta kilos y medía como un metro ochenta. Había repetido sexto año tantas veces que ya se lo habría aprendido de memoria de haber tenido un coeficiente intelectual apenas mensurable. Tenía casi quince años y las manos parecían ramas de palmera. Mi única duda radicaba en saber si era tán estúpido como desalmado o viseversa. Cuando el sol se metió a dormir en su cucha bajo el horizonte como un animal dorado y moribundo, yo aún estaba en el banco, ya no tan asustado como sorprendido por mi propia idiotez. No podía creer como había caido tan limpiamente en un acto tan irreflexivamente estúpido. Me consideraba un tipo inteligente. ¿Cómo era posible que la soberbia me hubiera llevado a cometer ese suicidio a plazos? Me fui a dormir con una creciente sensación de desasosiego. Demás está decir que no pude.
De mañana la escuela fue insufrible. El animalzo parecía mirarme de soslayo. Parecía más grande que siempre. Su presencia parecía despedir un olor feral, ominoso y homicida. Varias veces en el correr de la mañana, me sorprendí a mi mismo rezándole a dios para que algún hecho imprevisto suspendiera el recreo por tiempo indeterminado. Otras ideas extravagantes, como por ejemplo, pararme arriba de un banco, blasfemar ásperamente y exigir mi expulsión inmediata del colegio, parecieron adquirir matices de verosimilitud durante un brevísimos instantes. Claro, ni en mi momento más valiente me hubiera animado a hacer algo tan espectacular. Jamás tuve madera de protagonista. El recreo llegó al fin... y pasó sin novedad. Seguramente el irracional no había sido aún informado de su salida del plantel mucho antes de haber pisado el césped del Centenario.
A las tres era el ensayo. Obligatorio era el ensayo. Un compromiso tan impostergable como el propio velorio.. y seguramente casi tan luctuoso. Llegar hasta el local del ensayo me costó tanto como a Anibal cruzar los Alpes con elefantes incluídos. Pero me porté como un hombrecito y llegué. El urso estaba insoslayablemente desplazado a un rincón de la platea desde donde miraba ceñudo el escenario. Ayayayay, pensé para mis adentros. Ya lo sabe. Ya se enteró. Jamás me sentiría más próximo a la situación del amante descubierto in fraganti delito por un marido celoso y enorme. Lo único que me faltában eran los zolcilloncas enredados en los tobillos. Pero la palidez seguramente no. Pero sobre el escenario estaba "ella". Opté por dejar el ridículo para más tarde a menos que los golpes del paleolita hicieran imprescindible que me denigrara a mi mismo en forma inmediata en una catarata de súplicas por mi vida, sollozos espasmódicos y un oportuno desmayo (lo del desmayo se me ocurrió en ese mismo instante y me pareció en sí una gran idea)
Subí al proscenio con la misma actitud con la que supongo, David le habría dado la espalda a Goliat. Obligado y aterrorizado, pero digno. Decidido a ganarme los favores de la niña de mis sueños, me desempeñé con una sangre fría digna de causas más generosas. Repetí mis líneas, por demás breves, con un acento tan mexicano que le daría envidia a Agustín Lara y soporté como un verdadero mariachi la mirada del cromagnon clavada en mi nuca.
El problema dos se me planteaba una vez terminado mi ensayo. ¿Cómo hacer para quedarme en el salón de actos a presenciar el ensayo de "La violetera" sin fallecer en el intento? Buscar permanecer sobre el escenario parecía ser una buena solución, pero lamentablemente "La violetera" requería la presencia nada más que de la protagonista. No había coro, no había segundones ni tercerones ni extras. Nada más que la protagonista cantando en medio del escenario. Podía ir hacia los bastidores y tratar de pasar desapercibido o podía ir hacia la platea y confiar en la buena suerte. Ambas opciones tácticas, presentaban ventajas y desventajas. Allá atrás, podría tal vez, pasar desapercibido, pero si el menhir antropomórfico me agarraba ahí atrás, me rompería más huesos de los que tenía antes de que un tercero pudiera intervenir y evitarme la muerte. Si me iba hacia la platea, me podía pasar lo mismo, pero en forma pública y notoria, o tal vez la bestia viera contenidos sus deseos de venganza por la presencia de ajenos y postergara el vapuleo para otra ocasión más propicia.
Opté por la platea. Bajé los escalones con la sensación de subir los del cadalso. Me acomodé ahí nomás, en la primera fila para propiciar la rápida intervención de los bomberos si el incendio se producía. No me gustaba mucho la idea de tener ahí atrás al enemigo. Pero las opciones eran escasas. Cuando un niño escuálido es amenazado por un matón de patio, las opciones para el primero son siempre escasas. Seguro que muchos ex niños escuálidos deben compartir mi opinión. Eso si, cualquier niño escuálido termina siendo un hábil negociador. Los años te enseñan.
El ensayo pasó.
Cuando me levanté de la butaca para irme, aún extasiado por el canto de mi Violetera predilecta, el animal no estaba en su butaca. Durante un segundo me asombró mi buena suerte. Pero un presagio negro me envolvió como un manto helado. El tipo debía estar esperándome afuera decidido más que nunca a reacomodarme la dentadura a golpes. El salón tenía una única salida.
Apuré el paso decidido a ahorrarle a la violetera el lamentable espectáculo de mi exterminio. Ella se había quedado hablando con las amigas, aún sobre el escenario.
Recorrer hoy esos recuerdos, me hace asombrarme del valor del que hacía gala de vez en cuando, aunque tengo mis dudas sobre si se trataba de coraje o inconciencia.
Salí. Atravesé la puerta del salón de actos como quien atraviesa las aguas amargas de la laguna Estigia. Me faltaba sólo el óvalo en la boca para ser un muerto viviente completo. Pálido, es seguro que estaba.
Nada. Ni vestigios del enemigo.
La buena estrella de ese día parecía decidida a no terminar nunca.
Del mismo modo fueron sucediéndose los días y los ensayos. Siempre el mismo pánico escénico, que curiosamente yo sentía en la platea, siempre el mismo alivio al salir indemne. Siempre el mismo terror al cruzar la puerta. Siempre el suspiro de alivio al llegar sano y salvo a mi casa. Tres veces por semana durante casi un mes se repitió esa montaña rusa emocional. Remotar la cuesta de la emoción de arresgar mi vida por ella como un Quijote de los setenta, la cúspide de tenerla carca, el declive de bajar del escenario a la platea, y el punto más bajo del ciclo.. salir de la protección de los adultos presentes en el salón de actos a la intemperie de la calle desierta. Habér sobrevivido a esas variadas emociones me pone a salvo de la muerte por infarto.
Faltaban tres días para el acto de fin de año. Ensayo con los trajes. Otra vez al escenario, pero ahora sintiéndome absurdo. Me veía a mi mismo como el hongo más raro del mundo, un tallo flaco con una cabeza chata y enorme. El urso como siempre, sentado en su butaca por allá atrás. Ceñudo. Como si el mundo entero fuera un lugar despreciable y hediondo. Algo así como sus propias axilas. Terminamos nosotros. Mi actuación, irreprochable pese al traje absurdo. La Violetera, encantadora. Una flor blanquísima matizaba sus cabellos negros como una sorpresa feliz recibida en medio de una tarde aciaga. Su sonrisa me hizo olvidar el peligro. El rojo de sus labios me transportó a una realidad donde los escuálidos tenían los mismos derechos que los grandotes. Un golpe en el hombro. No le di ni la más mínima pelota. Otro golpecito. uno más. al quinto golpe, volví en mi. Giré la cabeza, aún encasquetada en el gorro mexicano de alas enormes. El ala del sombrero se le incrustó al paquidermo justo encima de la ceja. Estaba reforzado por dentro con una fina lámina de aluminio a los efectos de mantenerlo rígido. Seguramente a un ser humano le habría dolido el golpe. El tipo abrío la boca para hablar. Tenía los dientes bastante podridos y un aliento que habría mareado a un dragón. Pero habló en un lenguaje que parecía humano.
"Hasta hoy no estaba decidido. no sabía si romperte la cabeza o darte las gracias, pero al verte con ese disfraz idiota estoy convencido de que hice bien en dejarte en paz" y para mi asombro continuó: "Nunca quise ese papel idiota, pero la maestra insistió en que debía hacer un trabajo extra para mejorar las notas. Y encima me hizo venir a todos los malditos ensayos por las dudas" y terminó con un "gracias pendejo, te debo una".
Tres días después me quedé en casa mirando televisión mientras el urso era obligado a hacer de mariachi contra sus ganas y contra su vocación y contra su voluntad.
El mucho encanto de la flaca y el casi nulo atractivo del corrido idiota que debía cantar disfrazado de vejerto, parecieron esfumarse en único acto de prestidigitación del destino.
Fue mucho más divertido imaginar lo que habrá sufrido el otentote disfrazado de mexicano... con mi traje de escuálido que "me olvidé" un día antes en el vestuario del salón con toda la intención, para vengarme de casi dos meses de emociones fuertes.